n día, sentada con una amiga a la fresca de la mañana en un pueblo de Tierra Estella, ambas en camisón y delantal, pensé que ese podía ser un momento de felicidad. Igual que el que las señoras del pueblo, ya mayores, pasaban todas las tardes a la puerta de sus casas, con esos vestidos/batas de tienda de barrio, contándose sus cosas, que era lo que hacíamos nosotras. La licencia de salir en camisón a la calle no era tal porque en ese pueblo, a ciertas horas, cada una sale como quiere. Y pensé que vestir esos mandiles era un signo de libertad. Una se planta la bata como otra se pone el chándal y se olvida de la tiranía de la moda. La prenda de tela floja, con cuadritos, lisa o con estampados viejunos permite hacer de todo lo que una tenga que hacer. Las mujeres del campo se ponen la bata y alternan los quehaceres de la casa con los de la huerta o la cuadra, pero las de ciudad no tienen ese privilegio. En algún barrio donostiarra he visto a las señoras salir en bata (no de tela sino de boatiné) a charlar en un banco, pero no es muy común. La fotógrafa Lucía Herrero ha creado una exposición titulada Tributo a la bata, en la que reivindica a esa mujer siempre preparada para algún quehacer y cómoda. Una mujer a la que firmas como Versace, Loewe o Channel se la traen al pairo.