uedas para comer con un amigo. Te metes un poco con él porque se ha puesto a correr. A veces te cala que tienes la mirada perdida. Disimulas. Te duele la cabeza. Y es verdad. Te cuesta respirar. Y es verdad. Y se agravó por la alergia que tienes. Maldita idea la de ponerte a limpiar. Los entrantes, un poco escasos. El plato, contundente. ¿Quemado? No, bien tostado. Te corrige. Ni que cocinara él. Así que reseteas y el sabor a quemado se transforma en tostado, que suena mejor, aunque bueno, sigue estando quemado. Protestas porque vas más rápido con la caña que el deportista. No será verdad. Esto antes no pasaba. Pero se te vuelve a perder la mirada. Está al quite el cabrón y se da cuenta. El fondo, el fondo, siempre ayuda el fondo. Que hay mucho tráfico. El postre va mejor. El tuyo. No el suyo, que tiene un extraño color rosa. A ver, tú también le intentas ver el lado bueno. Es€ vale, es raro. Lo deja sin terminar, aunque sospechas si tendrá que ver con su nueva ansia por ser un tipo saludable. Unas cañas más y al final echas la tarde con la sensación de que siempre te aguanta en tus peores días. Hoy con forma de miradas perdidas y bocanadas que intentan tragar algo de aire. Deberías decirle que aún no sabes cómo se celebran los cumpleaños de la gente que ya no cumple años. Y en junio te tocan dos. Hoy era uno. El fondo, qué de tráfico hay.