ueridos lectores, hay para todos: abrazos virtuales, codos o distancias cordiales, lo que prefieran. Escribo estas líneas con el indisimulado orgullo del teletrabajo bien hecho. A estas horas mi compañía telefónica -a la que le encanta fisgar, y a partir de ahora ni les cuento- sabe que no he bajado a la calle ni para comprar el pan. ¡Toma esa! Si esto de vivir se va a convertir en el El show de Truman, una humilde propuesta: que al menos se contemple alguna bonificación para el usuario cumplidor. ¡Holaaa! ¿Hay alguien ahí? Comienzo a tener fundadas sospechas de que hay instalada una cámara en el salón de casa. Qué raro resulta todo, yo que pensaba que la libertad era algo así como la capacidad de la conciencia para pensar y obrar según mi propia voluntad. No sé. La codicia y el egoísmo son vicios humanos que se expanden con más facilidad que el coronavirus, y cuesta creer que acabemos reseteando el capitalismo. El asunto es que, buscando alternativas, tampoco convence el modelo de vida chino que parece colarse. Responsabilidad ante una pandemia toda y más, pero otra cosa es vivir con una mascarilla en los ojos, sometido al control del big data. La cara amable de todo esto: las cristalinas aguas de Florencia y las grandes urbes que se han desprendido de su contaminante txapela.