a bendita inocencia infantil es la que sostiene generación tras generación la ilusión por los Reyes Magos, por Olentzero o por Papa Noel. El asombro incontenible de niños y niñas al ver el zapato, el calcetín o el árbol lleno de regalos cuando despiertan; la emoción de sus padres al contemplarlos. Ocurre como con la magia, la ilusión permanece hasta que descubres el truco. Cuando las navidades se convierten en un ritual solo para adultos, invade la nostalgia por esos años, pocos, cuando los más pequeños vivían inmersos en esa fantasía. Pero así es la vida y no es aconsejable aferrarse a esa ficción más tiempo de lo necesario. De ahí esa forma de bajar de la nube a los ingenuos: "¿Pero tu todavía crees en los Reyes Magos?" Al igual que hacen las familias para proteger a sus hijos de los bocazas que amenazan con despertarlos del sueño de la noche de Reyes, en España todavía opera una corte política y mediática que trata a los ciudadanos como niños para mantener la fantasía de una monarquía que quiere prolongar la magia mediante el truco de la sucesión. Todos los pecados, para el campechano. El trono se ha reseteado en la figura de su hijo. Pero va a ser que no. Un año (con la prensa internacional empujando) ha tardado en confesar que sabía lo de su cuenta en Panamá y su condición de heredero de esa fortuna regalada por la genocida monarquía saudí no se sabe por qué servicios. Le ha faltado la velocidad que ha demostrado que tiene cuando se dirigió a sus súbditos para hablarles de Catalunya y el virus.