Lo ha dicho esta semana la ONU: la desigualdad que sufre la mujer constituye el principal desafío en materia de derechos humanos en el siglo XXI. Con motivo del 8 de marzo que tiene lugar hoy, la organización que representa a todos los países del mundo ha enviado un mensaje muy claro para que acabe la discriminación histórica que sufre la mujer y que, a grandes rasgos, se puede resumir, desde una perspectiva planetaria, en que más de mil millones de mujeres de todo el mundo carecen de protección legal frente a la violencia sexual doméstica; en que la brecha salarial ronda el 23%; en que las labores no remuneradas que recaen principalmente en las mujeres siguen sin ser reconocidas y en que el acoso sexual continúa estando a la orden del día en lugares de trabajo, espacios públicos y viviendas, incluso de aquellos países que son referenciales por su nivel de equidad. Esta gigantesca injusticia que se ha forjado durante siglos y que se expresa todos los días no va cambiar de la noche a la mañana, ni en todos los lugares va a hacerlo al mismo tiempo. Por eso, no hay más remedio que seguir en el tajo de la denuncia y la movilización, para mantener viva la realidad de la desigualdad y obligar al cambio sin falsas dilaciones ni excusas que solo buscan perpetuar el actual reparto del poder en perjuicio de todos.