Vale mucho menos que la campaña. Pero deja huella. El perdedor, desde luego, queda marcado unos días. El ganador, eufórico, toma oxígeno y se crece. Desbordante de expectación dentro y fuera del plató, apenas alterará las conciencias ni el voto salvo victoria por inferioridad manifiesta. Ocurre que las cartas, esta vez, aparecen muy marcadas, como si la suerte estuviera prácticamente echada. Hablamos del debate televisivo de esta noche, al que Pedro Sánchez acude como claro favorito. Está enrabietado porque le siguen sin salir los números por mucho que Tezanos diga lo contrario. Va a golpear al rival sin remisión por los cuatro costados.

Seguro de sí mismo hasta la egolatría, el presidente sabe que dispone de su gran y única oportunidad para desnudar la capacidad de hombre de Estado de Núñez Feijóo, que intuye débil. Por eso el líder del PP, cauto y sin obligación alguna de arriesgar, evitará el cuerpo a cuerpo. Le vale con cruzar los guantes. Repetir simplemente el latiguillo que tanto enardece a los suyos y que lo catapulta día tras día en las encuestas: “usted es un mentiroso que pacta con quienes quieren romper España”. Y, lógicamente, hacerlo sin ese resbalón estrepitoso que desparrame las redes y le deje noqueado para el resto de la velada.

Sánchez se la juega, otra vez mirando a una pantalla, su talismán, como durante las últimas semanas. Feijóo lo sabe. Por eso acude obligado a la cita, deseando que pase el cáliz lo más rápido posible y sin que, desde luego, se rompa por su culpa. Su propósito queda reducido sencillamente a evitar una derrota sonada, algo así como un empate raspado a los puntos, consciente en su fuero interno y en el de su equipo de que parte en desventaja. Si lo consigue, habrá salido indemne de la prueba más difícil antes de conocer el veredicto de las urnas. Constituiría un éxito para los suyos, que tampoco le piden mucho más en el envite, conscientes del riesgo que corre su candidato después de digerir las amargas experiencias tan recientes en el Senado.

Con semejantes precedentes, así resulta más fácil de entender cómo los medios de la izquierda vociferan conjurados, sin libros de estilo que valgan, el poder catalizador y determinante de este cara a cara para el granero electoral, convencidos de la diferencia y la solvencia entre ambos contendientes. Asoman ansiosos, especialmente, de escrutar el desarrollo de esos 20 minutos reservados en el debate a los pactos de gobierno porque siguen creyendo que el sarpullido democrático que provocan los acuerdos del PP con el trumpismo tiene fuerza suficiente para cambiar el signo de miles de votos. Es por ello que imaginan la ocasión dorada para que Sánchez hinque el diente advirtiendo de que el apocalipsis llegará de la mano de Vox por culpa de Feijóo. No reparan en cambio, que también será el momento fetén para que pueda escucharse sonora la bofetada del líder popular. Una referencia oportuna para recordar -lo hará con insistencia, a buen seguro- que el PSOE solo podrá gobernar otra vez cediendo ante las exigencias de los mismos partidos que le han sustentado en la última legislatura y que no tienen a España entre sus preferencias. Vaya, la música y letra que tanto deleita a los votantes del PP y de la ultraderecha para derogar el sanchismo.

Superado el histerismo rosa de la enésima boda del año, ya solo hay ojos para el debate del 23-J y sus consecuencias, que las habrá. También interesan los momentos previos de la cita. Sobre todo, ese segundo intento de López Miras para su investidura como presidente de Murcia. Feijóo suspira porque fracase su candidato. Este resultado adverso que se conocerá horas antes, le supondría, paradójicamente, un impagable alivio ante la asfixiante presión a la que Sánchez le someterá repitiendo hasta la saciedad, y durante muchos minutos, su servilismo con Vox en ayuntamientos y autonomías por doquier. En realidad, con su obstinada renuncia a asumir la palmaria composición parlamentaria de esta región, Abascal le hace un favor en contra de su voluntad al líder del PP.