En su libro de 1935 Ereintza: Siembra del nacionalismo vasco, Engracio de Arantzadi, Kizkitza, nos cuenta de primera mano cómo fue el tortuoso camino que tuvieron que recorrer los primeros seguidores de Sabino Arana en Gipuzkoa. Kizkitza tuvo que exiliarse en Hendaia en 1895 por un artículo publicado en Bizkaitarra, que también le costó la cárcel al abandotarra y la clausura de la revista por orden gubernamental. Para muestra de aquellas dificultadas iniciales, el citado órgano de propaganda nacionalista tenía en el territorio solo 47 suscriptores, de los cuales 23 lo eran de Donostia. “Bien escasos”, escribió Arantzadi con resignación, añadiendo además que muchos de ellos eran en realidad enemigos de la causa.

Un gran hito de aquellos pioneros fue la inauguración del primer Batzoki donostiarra en 1904. Los intentos de dar el salto al Ayuntamiento fueron sin embargo baldíos en 1905 y 1909. Por fin en 1911 se consiguió que dos nacionalistas fueran elegidos concejales: Miguel Urreta y Camilo Ochoa de Zabalegui, si bien es cierto que lo hicieron tras pactar con liberales y conservadores. El primero que lo hizo con la única etiqueta de nacionalista vasco fue Abelino Barriola en 1913 por el distrito del Teatro Principal. En realidad también fue elegido José Imaz, pero un vergonzoso proceso de impugnaciones y anulaciones impidió que tomara posesión.

Pasaron décadas hasta que, de la mano de Jesus Mari Alkain, Ramon Labaien y Eneko Goia, los jelkides obtuvieran la Alcaldía de Donostia, aunque también debemos recordar que abertzales de otras siglas, Xabier Albistur y Juan Karlos Izagirre, alcanzaron tal objetivo. Un nuevo nombre se añade a la lista desde ayer, Jon Insausti, al que este humilde exciudadano donostiarra desea suerte, y a su vez le pide que nunca deje de sembrar.

Ciertamente, aquella siembra iniciada por Kizkitza y unos pocos más hace 130 años ha dado sus frutos, pero en una patria en peligro nadie se puede relajar. Y la nuestra lo está.