Sin disimulo. Sin caretas. Sin escrúpulos. Así es la (ultra) derecha cuando huele poder. Depredadora. Así han tomado la Comunitat Valenciana –esperan días de vergüenza ajena que dejarán a Ayuso de simple becaria– mediante un trágala descalificador del discurso angelical de Feijóo. Así acapararán este sábado decenas de ayuntamientos y diputaciones mientras el PSOE, más desahuciado de lo que imaginaba, se desgañita clamando con razón contra semejante desvergüenza democrática y la izquierda progresista bastante tiene con esquivar sus puñaladas amigas. Además, el PP, sobre todo, y Vox, que disfruta del éxito sobrevenido, avanzan con incontrolables ganas de revancha bajo ese eslogan de derogar el sanchismo, haciendo caso omiso de la última previsión del CIS. Saben que el mensaje ha calado en la ciudadanía con tal intensidad que eclipsa las conquistas de un rehabilitado termómetro macroeconómico, un mercado laboral y exterior florecientes y de mucho más dinero en infinidad de bolsillos.

El futuro gobierno valenciano asemeja una broma. Eso sí, de mal gusto para el debido respeto institucional. La imagen caricaturesca de una vicepresidencia entregada a un extorero –abogado eso sí y curtido en balances de pérdidas y ganancias– debería abochornar al PP por su irresponsabilidad consentida. Ahora bien, tampoco está descartado que acabe pagando en julio una parte de la factura de todo este vodevil fallero. El escuálido folio que pregonó el acuerdo entre PP y Vox abochorna sobremanera por su endeblez programática, pero lamentablemente se limita a retratar el mísero poso político de sus firmantes. No dan más de sí. En un abrir y cerrar de ojos se ha asistido con perplejidad a un pacto, apresurado en su desenlace para dar una inmerecida salida de supervivencia económica en el Congreso a un infame maltratador. Una ventajista cesión, arrancada por el veterano Gil Lázaro, ese diputado incapaz de desarrollar durante la última legislatura otro discurso que no gire en torno a ETA. En suma, el augurio de una lacra para la libertad de género –vuelve el lastimoso concepto de la violencia intrafamiliar–, del uso y disfrute del valenciano y de las exigencias medioambientales.

Con los datos del 28-M, el azul tiñe de nuevo una gran mancha del mapa político español sin una mínima razón socioeconómica que lo explique. De paso por la Corte, observadores internacionales sin latido ideológico alguno, así como curtidos corresponsales europeos, se resisten a entender que solo un milagro puede mantener a Pedro Sánchez en La Moncloa. En la familia socialista ocurre lo mismo mientras se rebelan interiorizando la posibilidad real del desastre. Es ahí cuando las miradas se dirigen hacia el acoso y derribo implacable contra su líder, indiscutido de momento, aunque seguro pasto de las llamas una vez que el desalojo tomara cuerpo. La excepción, en Catalunya. Más allá de suerte de Collboni, un PSC cada vez más determinante y en claro proceso de recuperación con Salvador Illa se ha encargado de ensanchar la discordia en el independentismo, proponiéndoles pactos cruzados. Así ha endiablado hasta la exasperación las descarnadas relaciones entre ERC y Junts, cada vez más alejados de compartir el camino soñado.

Con todo, hay razones para el desequilibrio emocional en el PSOE. Máxime cuando encaran escenas contradictorias que les provocan una lacerante indignación. En el mismo día, en el mismo país, Sánchez apuesta con visión de luces largas por la reindustrialización europea y las energías limpias, en el momento de asumir la presidencia de turno de la UE y, enfrente, su oposición blanquea sin remordimiento alguno a un partido legalizado, sí, pero con asignaturas democráticas que se resiste impunemente a aprobar para temor de un amplio sector de la sociedad. Bien lo sabe Feijóo, a quien le quedará la disculpa de aludir al último pacto alcanzado en Finlandia. Aunque en cuestión de desviar las críticas al abrazo entrañable con Vox nada como el apoyo inesperado de todo un delegado del Gobierno lenguaraz y cortocircuitado intelectualmente que elevó a categoría de auténtico patriota español la colaboración parlamentaria de EH Bildu al Gobierno de coalición. Después de exetarras en las listas electorales no se recordaba semejante sablazo demoledor para los intereses de Sánchez en las urnas. No es de extrañar que María Chivite se levantara como un resorte de la silla cuando en mitad de sus negociaciones para asegurarse el Gobierno foral escuchó el piropo de uno de los suyos a los abertzales. También aquí llegará pronto el momento de quitarse la careta.