Josep Plá nunca pasa de moda: “No hay nada más parecido a un español de izquierdas que un español de derechas”, sentenciaba el cínico plumífero catalán. La frase tiene versiones hasta el infinito y más allá. Por ejemplo, si miramos las togas que no se manchan con el polvo del camino, nos encontraremos con que no hay nada más parecido a un juez conservador que un juez progresista. Y vale lo mismo para las juezas, no se pongan tiquismiquis con lo escasamente inclusivo de lo anotado.

Volvimos a comprobarlo ayer cuando los igualmente caducados vocales de esta o aquella bandería del CGPJ echaron el pie a la pared y, a lo Escarlata O’Hara, pusieron a Montesquieu por testigo de que ni por el forro acudirían a prestar declaración ante comisión alguna del Congreso, así investigue el robo de un camión de chirimoyas o esa práctica judiciosa de la que usted me habla que recible el nombre de lawfare. ¡Todavía quedan clases!

Ellos son la Justicia

Miren que es exactamente ahí donde la cantinela cada vez menos convincente de la separación de poderes se da de morros con la igualdad de todos los ciudadanos.

A usted y a mí, que somos unos piernas, nada nos va a librar de prestar testimonio, si es que nos llaman, en una comisión parlamentaria. Da igual en el mentado Congreso, que en un parlamento autonómico o, si cabe, ante el pleno de un Ayuntamiento de menos de doscientas almas.

Sus muy togadas señorías, sin embargo, pueden permitirse sacar un dedo, hacer un gurruño con la notificación correspondiente y encestarlo en la papelera. Testificar es de pobres y pringados.

Miren que en las tan diversas como (es verdad) inútiles comisiones del Congreso español hemos visto comparecer a presidentes del Gobierno, ministros, banqueros de tronío o a responsables de alguna de las empresas más granadas del Ibex 35. ¡Lo que han sudado algunas de esas personas ante las preguntas a dar de las y los representantes parlamentarios!

Pero los de las puñetas y el mazo se hacen mangas y capirotes. Ellos son, literalmente, la Justicia y de sus actuaciones parecen no responder más que ante Dios, como el bajito de Ferrol.