Lo primero que quiero, antes de darle un poco de bola (no mucha) a la derrota ante el Valladolid, es felicitar a los autores de la idea, a los ejecutores y a los montadores de un vídeo de media hora en el que se recoge el proceso de nueve meses en los que Mikel Oyarzabal convivió con el dolor de una grave lesión. Hay que ser de piedra para no emocionarse. Las entidades deportivas, y otras, no son muy proclives a contar lo que sucede de puertas para adentro. Incluso, dificultan el conocimiento de la realidad, en función de vaya usted a saber por qué estrategia. Lo que ignoran es que todo termina por saberse.

Obviamente, sin el consentimiento del futbolista, nada de lo que hemos visto hubiera sido posible. Muchas veces, a los jugadores se les tilda de peseteros, mercenarios, como si no contaran con un corazón que palpita y como si los sentimientos y las emociones no formaran parte de todo lo que da sentido a su vida. Este vídeo enseña la trastienda del dolor, los entresijos de un proceso duro cuyo final no se atisba. Siempre con la esperanza de que todo saldrá bien. Se pudieran haber compartido imágenes de Martín Merquelanz, Ander Barrenetxea, Jorge Martínez Losa, Sadiq… historias del camino tan dolorosas como la que nos ocupa.

En ella se descubre el valor del entrenador. Imanol se abraza hasta lo imposible con su capitán y le zurra varias palmadas de fortaleza. No es pose, sino expresión de lo que siente. Son tan fuertes los golpes que casi le descalabra el esternón y le manda de nuevo al quirófano. La superación de los procesos conlleva un punto de felicidad compartida. Imanol no se esconde ni ante sus jugadores, ni ante su gente. Se equivoca y acierta. No engaña, ni tergiversa, ni se engalana cuando habla. Lo demás le da igual. Le conozco desde que era jugador. No sé si es un buen entrenador pero estoy seguro que sí una persona excelente, fácil de querer, que lleva el grupo a las mil maravillas y se preocupa por todo y por todos.

Es muy grande en la gestión del vestuario. Eso es clave en cualquier conquista. Los jugadores le quieren y están con él. La autoridad se la conceden ellos. No es cuestión de imponerse, de mantener distancias, de comportarse de modo indefendible para que te respeten. Es una lección que aprendí hace bastantes años, pero muchos todavía no se han dado cuenta. Si el vestuario no está de tu parte, tienes fiesta y fecha de caducidad. No sirve nada que no sea ayudar al jugador a conseguir sus retos personales, a que se fíen de su técnico, porque la suma de esas voluntades enriquece al colectivo. Esa es la Real de hoy, aunque haga catacrack o catacrock cuando menos se espera y desea. Seguro que ante los pucelanos deseaban sumar tres puntos, pero…

Es probable que no contemos con la mejor plantilla, con un técnico almibarado, con un grupo plagado de historiales, con un botafumeiro permanente, purificándose mientras se mira al espejo. Es más deprimente todo, cuando el protagonista no ha empatado con nadie y no ha ganado una partida de parchís. Felizmente, vivimos en la gloria con un técnico de casa, fiel a los colores, con un montón de futbolistas de la cantera, cuya puesta en escena ha cautivado a miles de seguidores que acuden a los partidos con ilusión. Les toca aprender a vivir entre la exigencia y las dificultades. No hay secretos de alcoba en esta realidad. Basta con ser normal y comportarse como tal. ¡Es dificilísimo!

Puedes ganar y perder. La competición es exigente y te obliga a ofrecer un plus cada domingo. Contar con ocho, nueve, o diez bajas, supone un reto mayor. Doblegar al contrario, pese a los problemas añadidos, se convierte a veces en misión imposible. En las escuelas de entrenadores no existe la asignatura de los milagros, ni de la magia. Pese a ello, al míster le toca inventar. Al encaje de bolillos permanente, se sumaba la decisión del que iba a defender el lateral derecho. Eligió a Barrenetxea, reconvertido como en su día lo fueron Dani Estrada, Álvaro Odriozola, Miguel Fuentes, Iñaki Sáez, Joaquim Rifé y tantos otros a los que la banda se les hizo larga para sus eternas correrías.

Luego, completó el once con un trajín de jugadores que no consiguieron hacer un buen encuentro, sobre todo en lo que a chispa, ritmo, fluidez y presión se refiere. Es cierto que, ocasiones hubo suficientes como para haberle dado al partido un signo diferente. Suele ser peligroso que la jornada coincida con malos resultados de los directos rivales. Es cuando aparece la tradicional realada. En este caso no hubo excepción. El Valladolid gana los dos encuentros del mismo modo, trabajando sin desmayo y tratando de aprovechar su momento. En Zorrilla, al equipo le anularon dos goles y ayer entre los postes, las acciones de Masip y una dosis de espesura, no fue posible salvar, siquiera, un punto. Entonces pitó Figueroa Vázquez. Ahora, uno de los rigores de nuestras desdichas. Me niego a darle pábulo. Toca recomponerse y seguir confiando en las propias fuerzas, aunque falten.

Apunte con brillantina. Definitivamente, mis gustos musicales y los de quienes deciden las canciones que acuden a festivales afamados se parecen como un calvo y un melenudo. Traca en el Benidorm Fest.