a asunción de la victoria en las presidenciales de Estados Unidos por Joe Biden, ya que no de la derrota por Donald Trump a la espera del limitado recorrido de los recursos judiciales a resolverse antes de un mes, se está presentando como el prólogo de un giro radical en las políticas del Gobierno de la primera potencia mundial. Y así será en las formas. La moderación que Biden ha demostrado a lo largo de su dilatadísima carrera política -36 años como senador y ocho como vicepresidente- nada tendrán que ver con la actitud arrogante y faltona con que Trump ha llevado su presidencia, tampoco con el exagerado populismo que ha despertado inesperados fervores de ultraderecha latentes en los enormes contrastes sociológicos de EEUU. También lo será en dos vertientes esenciales de las políticas de Washington: por un lado, el modo en que la Administración se enfrenta al COVID-19, que nada tendrá que ver con el pseudonegacionismo de Trump, y en las políticas sanitarias, incluyendo la recuperación mejorada del Obamacare que el conservador Tribunal Supremo está a punto de revocar; por otro, las políticas medioambientales, dada la promesa de Biden de invertir 1,7 billones de dólares en energías limpias, de devolver al país al Acuerdo de París y de neutralizar las emisiones de gases con efecto invernadero para 2050. Y es evidente que las formas de Biden, su apuesta por el Estado como precursor y defensor del contrato social y el regreso a la protección y recuperación del medio ambiente desde la Casa Blanca marcarán en parte la agenda mundial, por lo que el cambio no será menor. Más si se acompaña del esfuerzo aglutinador que desde el primer momento ha mostrado Biden en un intento de paliar el exponencial crecimiento en los últimos meses de una polarización que se inició con características raciales pero extendida a toda la sociedad. Sin embargo, es lógico pensar que Biden no se presentará a un segundo mandato con 82 años (el día 20 cumple 78) y que, incluso si lo pretendiera, difícilmente logrará revertir en cuatro -y ahí está el precedente de Obama- los efectos de la presidencia de Trump, especialmente los geoestratégicos producto de su errática política internacional y su exacerbado proteccionismo económico. A Biden, eso sí, se le exigirán los pasos que Obama apenas inició en la transformación que Estados Unidos -y con Estados Unidos gran parte del mundo- tiene pendiente.