l Tribunal Constitucional de Francia ha sentenciado que la lengua vehicular en la escuela no podrá ser ninguna de las llamadas regionales. En 1789 solo hablaba francés el 13% de los paisanos, y antes de la Primera Guerra Mundial un tercio de ellos seguía manejándose mejor en otro idioma. Según se ve, la rápida cuesta abajo no es suficiente, el bilingüismo tampoco, y hay que empujar al diferente en el tobogán de Estepona.

Buena parte de la intelectualidad y clase política española ha acogido con alegría la noticia, y cada tuit al respecto ha sido un brindis: ¡Vive la France! A los gabachos se les tiene manía histórica; a los jacobinos, envidia eterna. El champán derramado es un corte de mangas muy poco patriótico. En primer lugar, el aplauso a la prohibición gala traiciona a nuestra propia Carta Magna, según la cual el catalán y el euskera serán "objeto de especial respeto y protección". En segundo lugar, tanto alborozo desmiente el discurso de la libertad lingüística, derecho humano cuando lo exijo yo, ciudadano de bien, y capricho localista si lo pide el prójimo, ese de la boina.

Y, en tercer lugar, se evidencia que la defensa de la lengua materna en la enseñanza solo funciona cuando la madre es una milf y manda mucho. Si usted da el pecho en bretón u occitano la pulsión emocional sobra, la cultura familiar también, la opinión pseudocientífica por supuesto, y el idioma de casa sirve para sumar vacas, no para hacer deberes. Hay que aprender de los franceses, oigo decir a muchos, que traducido sin complejos significa "¡estudia en cristiano!". Si lo de libres e iguales era esto, al menos que no añadan la fraternité.