Mi madre lleva sin salir de casa muchos meses, y yo llevo todos esos meses diciéndole que no, que no es así, que la gente, en general, se está portando de un modo ejemplar. Su ventana al mundo son ahora los medios de comunicación, y algunos se han especializado en elevar el pedo a huracán, una fiesta en un garaje a pasatiempo de moda entre la juventud. Yo, repito, creo que una mayoría absoluta de la población es modelo de resistencia, de contención, de paciencia, y que no solo lo es por esquivar al bicho de forma individual ni, mucho menos, por evitar las multas. Sonará a comuna jipi, a primario compañerismo, pero pienso que casi todos hemos acatado las normas, algunas incomprensibles, simplemente porque lo hemos juzgado necesario para que esto salga adelante. Esto es la sociedad.

Y, sí, hay quien ha hecho del escaqueo un arte y de la queja una fe, claro. Sin embargo, el resto, el 99% del paisanaje, se ha quedado en su sofá, en su pueblo, en su tierra cuando se lo ha pedido la autoridad, sea competente o incompetente. Y se ha puesto la mascarilla con rigor casi monástico, y ha hecho mil colas con disciplina de racionamiento. Y así ha obrado, sigo pensando, no por mera sumisión y tendencia a doblar la cerviz, sino por responsabilidad grupal, porque nos hemos empeñado en salvarnos juntos. Sin duda resulta más atractivo el disfraz de oveja negra, despreciar al vecindario que aplaudía en el balcón como si balara con las manos, tomar cualquier iniciativa colectiva por una renuncia a uno mismo, yo, mi, me, conmigo. Pues ya lo siento: aquí hoy alabo al buen rebaño, gregarios de lujo unos de otros.