Desde el reducto de libertad que representa la tarea universitaria, con humildad, reconocimiento y absoluto respeto al trabajo desarrollado por cada una de nuestras universidades, quisiera proponer un reto pendiente: convertir nuestra suma de buenas universidades en un verdadero sistema universitario al servicio de la sociedad. Fortalecer el papel de nuestras universidades, tal y como demanda nuestra Ley del Sistema Universitario Vasco y mejorar su calidad es clave para nuestro principal valor, base además de todo proceso productivo: nuestros jóvenes y su formación.

Como con frecuencia afirma Pedro Miguel Etxenike, la característica esencial de una universidad de excelencia es cuidar a los jóvenes, cuidar y formar a las personas: deben ser “ciudadanos” de la universidad. Cuidar a los jóvenes y a su desarrollo intelectual y personal es la marca de las instituciones de excelencia.

En medio de una crisis sin precedentes, cuando la autarquía se ha impuesto en la geopolítica y en la vida ciudadana, gripando el motor de la solidaridad, la Universidad ha de ser el puente entre el hoy y el mañana, capaz de civilizar colectivamente el futuro por encima de aspiraciones individuales.

Vivimos en una sociedad con exceso de información y déficit de formación. Quisiera subrayar la importancia estratégica de la educación, de la formación: es mucho más que un capricho intelectual, al convertirse en la forma de abrirse camino en la vida de forma libre, autónoma, creativa. La educación superior y el desarrollo científico y tecnológico son en la sociedad del conocimiento la herramienta imprescindible para conseguir el desarrollo económico y social sostenido.

Esta dura crisis ha tenido muchas derivadas perversas. Una de ellas se traduce en que todo aquello que no aporte réditos inmediatos al sistema parece destinado a ser sacrificado y arrojado por la borda de lo prescindible. Frente a esta inercia, la inversión en salud, en educación, en formación en el trabajo han de integrar el eje de una política pública eficaz, competitiva y solidaria.

Hay que sembrar, asentar y consolidar las bases para lograr una transformación de la percepción social sobre la educación, en particular la educación superior, verdadero motor de desarrollo presente y futuro, sin la imperiosa necesidad de satisfacer necesidades electorales perentorias o urgentes.

Y, en este contexto, como ciudadano vasco y como universitario propongo explorar dentro de nuestras universidades y entre nuestras universidades la experiencia de compartir, de colaborar. Este es otro gran reto de país: tras haber dotado de una acertada arquitectura institucional a nuestro sistema universitario e investigador falta ahora convertirlo en un verdadero sistema integrado, colaborativo, cooperador, fuerte, orgánico.

Nuestras universidades responden a modelos propios, trabajan por elevar sus resultados, buscan la excelencia, compiten lícitamente entre sí. Pero ¿no debe haber margen para la colaboración, para liderazgos compartidos al servicio de estudiantes que, estudien en Pau, en Baiona, en Navarra, en Leioa, en Bergara, en Gasteiz, en Donostia, en Deusto, en Sarriko o en Arrasate, van a ser la base de nuestros futuros profesionales?

¿Podemos hacer más y mejor trabajando en ciertos ámbitos en auzolan universitario, trabajar unidos en la diversidad, encontrar puntos de encuentro en docencia (sobre todo en los posgrados) y en investigación?

La respuesta es sí, por supuesto: podemos y debemos encontrar proyectos estratégicos conjuntos donde aportemos lo mejor de cada una de nuestras universidades vascas. Debemos ser capaces de aportar una dimensión universitaria a nuestra Eurorregión Euskadi/Aquitania (y próximamente con Navarra), debemos ser capaces de convertir esa conurbación universitaria en un verdadero sistema.

Además de su interés, abordar este reto mostraría, en un imprescindible ejercicio de pedagogía social, un camino, una senda de colaboración y no solo de competición que marcaría impronta y aportaría ejemplaridad a otros ámbitos sociales e institucionales.

Y, desde lo institucional, desde nuestros gobiernos, sugiero con el máximo respeto y humildad que se incentive, se impulse, se anime, se sienten las bases para que esa colaboración se materialice: nos beneficiaremos ad intra y ad extra del sistema, en nuestra proyección internacional.

Creo que hay espacio para la colaboración en nuestro atomizado conjunto universitario de Euskal Herria: nos une el euskera, nos une el deseo de mejorar nuestro modelo universitario, nos unen la personas que integramos estas universidades, nos une la voluntad de aportar esfuerzo al servicio de la sociedad.

Y un primer fruto de esta entente universitario podría ser el reto de gestar mediante un trabajo en común que englobe lo tecnológico, el know how de cada universidad y los profesionales de cada una de ellas al servicio de una universidad virtual, on line, en euskera, que proyecte nuestra cultura, nuestra lengua y nuestro conocimiento al mundo.

Ninguna universidad puede ser a la vez corredora de maratón y de 100 metros lisos: hay que buscar espacios de colaboración, y este sería uno fantástico, con una exigencia presupuestaria modesta y sostenible, y por ello, realizable.

Puede ser además una dimensión clave para apuntalar la estrategia de internacionalización (Basque Country) y, con gran utilidad social aquí, la demanda cada vez mayor de esta modalidad de formación. Y puede suponer la base de partida para encontrar espacios de colaboración, de encuentro, de trabajo en común, de racionalizar recursos y de incentivar la mejora permanente desde la creación de equipos interuniversitarios de investigación. Creo sinceramente que el reto merece la pena.