En abril de este año, Iñigo Almorza, de Bergarako Zezenak, recibió la llamada que cualquier ganadero teme. Se detectó un positivo por tuberculosis bovina entre las reses y, tras varios sanamientos, supondrá la sentencia para toda su explotación. Hoy, en Bergara, la familia Almorza prepara el fin de una era. No se trata solo de una ganadería, es una vida construida en familia a base de ilusión y el amor por las vacas de bravo. La decisión ya está tomada en la ganadería, pero Iñigo reconoce que “todavía no lo hemos asumido del todo… Cuando entre el último camión al matadero, ahí sí, probablemente nos derrumbaremos”.
Desde el primer caso detectado sabían que el golpe podría ser duro, pero nada les había preparado para lo que vendría después. La decisión de sacrificar cada una de sus vacas. “Llevamos 50 años por lo menos con la enfermedad en Euskadi o en Gipuzkoa, se han matado miles de animales y la enfermedad no se ha erradicado”, reflexiona. El ganadero cree que se deberían modificar algunas normativas y que “se debería aprender a convivir con la enfermedad”.
Iñigo no se resigna y señala fuera de los establos razones profundas para lo que él considera un fracaso del sistema: “Los tejones o los jabalíes viven al aire libre siendo portadores de tuberculosis mientras nuestros animales conviven con ellos. Es imposible erradicar la enfermedad”. Cree que esa coexistencia lo cambia todo, ya que no se trata solo de matar vacas, sino de enfrentarse a un ecosistema completo que sostiene la enfermedad. Mientras tanto, él y otros ganaderos ven como la normativa vigente les puede obligar a realizar un “vacío sanitario”. “Creo que ya es hora de tomar decisiones y asumir que tenemos que convivir con la enfermedad”, apunta.
La “injusticia” que siente Almorza está muy vigente en su día a día. “Las ocho ganaderías dedicadas al toro bravo de Gipuzkoa estamos con serios problemas de tuberculosis. Nuestros animales viven como muchos otros, pastan libres… pero nos hacen pruebas más duras que al resto y creo que estamos discriminados”. A pesar de ello, asume los controles y no observa ninguna negligencia, pero si una cierta “desigualdad”.
Volver a empezar
Pese al golpe, la familia no va a abandonar su mayor ilusión. “No vamos a cerrar nunca, porque aunque no vivamos de esto, nos mueve la pasión”, afirma Iñigo, mientras confirma que sus hijos, de 20, 17 y 11 años, comparten ese sueño. El apoyo del pueblo, del entorno taurino, los recortadores, la gente que siempre ha rodeado a Bergarako Zezenak, les da fuerzas. “Nos quedamos con el apoyo y el calor de la gente”, relata Iñigo, quien, tras recibir un aluvión de mensajes de apoyo, como la concentración del jueves en Bergara, siente que “mucha gente se siente identificada con nosotros”.
A pesar de que para Almorza “la mayor pérdida es la genética que habíamos conseguido durante varias décadas de trabajo”, la parte económica también desgasta. Cuenta que, aunque la compensación que reciben por tener que sacrificar una res no llega ni a la tercera parte del valor del animal, “la ganadería no ha recibido ni un euro desde la primera vaca que sacrificamos”. Asegura, además que no se trata solo de números: “Teníamos la vaca más brava de Euskadi y toros que han ganado el campeonato nacional… Eso no tienen precio”. Recuperar ese patrimonio genético es como subir una montaña. “Hemos perdido toda la genética, tenemos que volver a empezar y lo haremos, pero es como si a un entrenador le dicen que tiene que volver a crear un equipo de futbol fichando a jugadores jóvenes para llegar a las mejores categorías en unos años”, afirma, aunque se siente “confiado” y cree que “esta situación nos hará aprender mucho”.
La situación que vive Bergarako Zezenak no es un caso aislado. En Itziar, la ganadería Marqués de Saka sufrió lo mismo un año antes sacrificando cerca de 160 vacas. Su responsable, Asier Arrizabalaga, resume el calvario vivido: “Además de que estuvimos un verano si estar en ningún festejo, antes sabíamos los animales que teníamos, conocíamos como se comportaban”. Durante esa etapa, los compromisos que tenían adquiridos en diferentes localidades de Euskal Herria y el Estado, los derivaron a otras ganaderías como Bergarako Zezenak, por ejemplo.
Ahora, la situación no es la misma y explica que “compramos lo que otros ganadores no quieren, lo que es señal de que en la mayoría de casos, no es bueno”. Arrizabalaga coincide con Almorza en que “la genética es lo más importante”, y ahora, solo participan en festejos a nivel de Euskal Herria, porque de momento no se atreven a ir más allá sin conocer realmente cómo se van a comportar sus reses.
“Hemos perdido toda la genética, tenemos que volver a empezar y lo haremos, pero es como si a un entrenador le dicen que tiene que volver a crear un equipo de futbol fichando a jugadores jóvenes para llegar a las mejores categorías en unos años”
Aunque ya contaban de nuevo con 160 ejemplares después de pagar más de 1.000 euros por cada uno, en la ganadería de Itziar decidieron hace poco más de un mes desprenderse de cerca de 60, al considerar que no eran las reses idóneas para llevar a cabo su actividad. “Hay pueblos que te llaman para competir, y si vas allí y no das un buen rendimiento, no sirve de nada”, agrega.
Ese abismo entre lo que era y lo que es hoy recorre no solo Gipuzkoa, sino todo el norte de España. Además de la tuberculosis, una nueva enfermedad, la dermatosis nodular contagiosa, ya ha obligado a sacrificar miles de vacas en Girona, y en Euskadi, Navarra y Cantabria se han prohibido las ferias y las exhibiciones de ganado. “Si no hay fiestas y ferias, no trabajamos, y si no trabajamos, no generamos dinero”, subraya Arrizabalaga. Esta última no da opción, un caso positivo puede derivar en tener que sacrificar toda la explotación y, a diferencia de Almorza, Arrizabalaga lo tiene claro: “Si nos llega una situación como la que vivimos, cerramos”.