Mientras mi sobrino el pequeño nos cuenta, con cinco años, que él nació en un buzón y que su amigo Javier y él son los únicos que han nacido en un "buzón de la vida" y que en realidad el verdadero hijo de los que ahora son los padres de mi sobrino es Javier y que si él vive en casa con los padres de Javier es porque Javier prefiere estar en el buzón porque tiene jardín, mientras nos cuenta eso, mi sobrino el mayor, con 14 años, mira la tele y se parte de risa cuando Aída Nízar, llena de barro, grita a los cuatro vientos en conexión mundial -aquella que inaugurase Elvis en Aloha From Hawaii- que "la audiencia tiene la última palabra". Él quiere que gane Aída el concurso ese en el que participan toda clase de ondarras que la vida televisiva ha ido acumulando en el último lustro, un listado de peña que si empiezas a sumar casi me salen la mitad de los nuevos parados que se han incorporado al INEM en los últimos dos años y medio. El elenco es tan variopinto como aterrador, aunque ellos y ellas ya han superado con creces la barrera psicológica de vale, vale, que se rían de mí, pero los euros a mi bolsillo. Veo entre ellos al mediofondista español con más clase de la historia y no me imagino a Sebastian Coe haciendo algo parecido en la BBC, aunque no soy quien para juzgar a nadie: algunos salen en la tele llenos de barro y otros viven en un buzón con jardín. Lo que sí me tiene algo extrañado es que el pequeño es como si se tragara todos los capítulos de Iker Jiménez y el mayor la parrilla completa de Tele 5, mientras que el mediano solo ve cosas que tengan un balón o una pelota de por medio, con lo cual empiezo a creer que igual es cierto que nacieron los tres en un buzón y mi hermana en realidad solo tiene un hijo que se llama Javier. Y yo haciendo comida pa tres.
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