El 21 de octubre de 1964, el primero que salió del túnel fue Abebe Bikila, de 32 años, imperial, calzado con unas zapatillas blancas. Cuando cruzó la meta del estadio olímpico de Tokio, con récord del mundo incluido, comenzó a hacer estiramientos y ejercicios de bicicleta para demostrar que su crono de 2.12:11 podría haber sido inferior si hubiese querido. Cuatro minutos más tarde, el estadio rugió cuando en segundo lugar apareció el nipón Kokichi Tsuburaya, de 24 años, seguido muy de cerca por el británico Heatley, anterior plusmarquista mundial y de 30 años de edad. Tsuburaya, exhausto, acabó cediendo la plata en la curva de los 100 metros finales, pero su bronce supuso la primera medalla del atletismo olímpico japonés desde 1936. Se convirtió en un héroe nacional, a pesar de sus propias palabras: he avergonzado a mi país públicamente y solo obtendré su perdón si ganó el maratón de México"68. En la ceremonia del podio, como la banda de música no conocía el himno etíope, tocaron en su lugar el himno japonés. Tras los Juegos, las autoridades deportivas y la Junta Militar de Autodefensa, a la que pertenecía, le diseñaron un plan de entrenamientos brutal para que lograra el oro en México. El régimen era tan exigente que incluso le prohibían ver a su novia, familia y amigos. Tsuburaya y sus entrenadores aplicaron la doctrina Zatopek: entrena hasta que mueras. En 1967, un año antes de México, se lesionó en dos ocasiones e incluso tuvo que ser ingresado en el hospital. El 9 de enero de 1968, tras dos meses entrenando después de salir del hospital, vio que sus piernas no le respondían. Se cortó la carótida con una cuchilla de afeitar. Llevaba en su mano la medalla de bronce y una nota que solo decía: no puedo correr más. Nadie duda de que los japoneses saldrán de esta.
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