Ya conocen la sentencia: "Euskarak batzen gaitu". O sea, el vascuence nos une. Hace años escribí -y lo hice en euskera- que basta rascarle el maquillaje emocional para dar con el feo hueso de la realidad: los idiomas como mucho nos acercan, y a veces la mera comunicación nos aleja. Hay gente que abandona una lengua al sentirse incómoda en el entorno que le ha tocado en suerte. Otros paisanos, en cambio, al aprenderla encuentran un ambiente que les hace felices. Un lector me envió entonces, también en euskera, racimos de insultos. ¡Cómo une la lengua! Sin quererlo me dio la razón.
El idioma, como el color del pelo o la acera sexual, no determina nuestras afinidades. En caso contrario sufriríamos una tara, pues nada más nacer ya estaría acotada nuestra futura opción de hacer amigos o deshacer camas. Por fortuna no es así, y nos juntamos con quien tiene similares proyectos vitales o criterios éticos, hable el idioma que hable. Concluir que por ser euskaldun uno ha de estar unido a otros euskaldunes es una estupidez, y valga un ejemplo: ¿Acaso expresarnos en castellano nos hermana? Yo no tengo nada en común, salvo esta lengua, con un dictador o un terrorista bonaerense.
Viene esto a cuento tras los orgasmos provocados por el Nobel de Vargas Llosa. Está visto que para unos es más fácil hacerse español que para otros dejar de serlo. A mí me impactaron Historia de Mayta y La Guerra del fin del mundo, libros suyos que hoy se citan poco. También leo sus artículos y me hacen dudar de mis convicciones. Eso resulta saludable. No obstante aborrezco esa idea patriotera de que la Academia ha premiado a todos los hispanohablantes, usted incluido. Pues que reparta el dinero y le hacemos una ola.
Según esa creencia reaccionaria, Rafael Reig y Pérez Reverte, o Aznar y Castro, o la Esteban y el Peñafiel, tendrían que quererse y darse un beso de tornillo. Y no por compartir profesión, sino porque los une la misma lengua. Gaztelerak batzen gaitu. Vaya melonada.