Mitineó Andoni Ortuzar el domingo en Sukarrieta. Combinando algunas dosis de lamento con otras de imploración, aseveró con tino que debemos volver a poner el foco en Euskadi. Ciertamente, asistimos a un tiempo en el que conocemos más a presidentes de otras comunidades autónomas que a muchos de nuestros mandatarios; al iluminante –e iluminado– alcalde de Vigo que al de Baiona, que es además presidente de la mancomunidad de Iparralde que agrupa a todos sus municipios. Se refería el de Sanfuentes a nuestras instituciones; pero, por extensión, cabe aplicar su deseo al resto de los ámbitos de la vida que ocupan nuestra atención.

Vivimos con pasión las aventuras y desventuras de Tamara Falcó. Seguimos con mayor interés la lesión de un futbolista merengue, es sólo un ejemplo, que el fichaje de Joseba Aldabe por Aspe. Y así todo. Lo español está colonizando nuestras vidas de manera cada vez más evidente. No es esta una valoración sobre las bondades o maldades de tal circunstancia, se trata de una mera constatación de la realidad. Y debe uno reconocer que contribuye a que suceda: repaso mis incursiones en esta página y observo que la Villa y Corte ocupa demasiado sitio en mis reflexiones.

Acontece todo ello mientras el voto abertzale ocupa un espacio electoral impensable hace décadas, incluida una dura pugna por la hegemonía. Parece paradójico, pero no lo es tanto. La historia demuestra que la ideología exhibida por las fuerzas políticas no siempre se corresponde con el perfil de sus votantes. Se dice que el éxito consiste en la seducción de sectores periféricos. Pero le embarga a uno la sensación de que el efecto está siendo el contrario; de que la atracción va en dirección opuesta: se está difuminando el núcleo irradiador, valga la terminología errejoniana. Sólo así se explica la falta de concordancia entre nuestro voto y nuestro día a día. Definitivamente, vivimos con el foco puesto allá abajo. En todo.