Fue la de anteayer una interesante jornada electoral en los EEUU. No tan importante como la de noviembre de 2022, pero con sugestivos duelos en algunos estados, suficientes para ver cómo está el ánimo de la ciudadanía. Amén de la batalla por la Alcaldía de Boise, siempre atractiva para los vascos, las miradas se fijaban sobre todo –y por diferentes motivos– en Virginia, Kentucky y Ohio. Las conclusiones extraídas tras la siempre emocionante noche del recuento se resumen en dos: por una parte, fue un buen día para los demócratas. Por otra parte, como el año pasado, la cuestión del aborto se ha convertido en una pesada losa para los republicanos.

Ciertamente, celebraron como una gran victoria que el Tribunal Supremo derogara el año pasado el rango federal del derecho al aborto, instaurado desde 1973 a raíz de la sentencia Roe Vs. Wade. Pero el efecto bumerán está siendo demoledor para el partido del elefante, con importantes movilizaciones electorales de mujeres y jóvenes, incluso en estados que creían controlar. El alejamiento, por esta causa, de votantes independientes, incluso de republicanos moderados, preocupa mucho a sus analistas y estrategas, de tal manera que algunos comienzan a sugerir un cambio de postura sobre el asunto.

Que un político cambie de opinión puede ser positivo, deseable. Aunque, obviamente, no es lo mismo hacerlo sobre, por ejemplo, la organización del tráfico en una ciudad o hacerlo sobre el aborto. En este caso, lo lógico es que sea producto de una reflexión muy profunda y no una iluminación súbita, causada porque se ha visto cortar las barbas del vecino. Que una persona diga hoy que la interrupción de un embarazo hay que castigarla porque supone el inadmisible asesinato de un ser vivo, y mañana asevere que hay que permitirlo, supone un ejercicio insoportable de desfachatez. Engañaba un día o engaña el siguiente. En cualquier caso, quien lo hace es un sinvergüenza sin escrúpulos.