Síguenos en redes sociales:

Rubio de bote

Patxi Irurzun

Juventudes pensionistas

Juventudes pensionistasFreepik

Hace unos días alguien me dijo que yo era fotogénico y casi me da un patatús, porque cuando miro mis fotos me encuentro con un viejales que ha usurpado mi lugar, y que, sin embargo, al parecer ofrece una imagen mejorada de mí mismo.

Así que la realidad debe de ser todavía peor. Qué le vamos a hacer. Llega un momento en la vida en que uno debe aceptar que su tiempo ya ha pasado. Hace nada los futbolistas eran unos señores mayores y ahora resulta que los ministros son más jóvenes que tú, la música que escuchan tus hijos, horrible, y quienes diseñan las zapatillas que se ponen, unos tarados.

Lo que no me resulta tan fácil de aceptar es que los que vienen detrás y no lo tienen nada fácil por delante te culpen de sus males, o al menos eso es lo que me parece percibir en algunas corrientes de opinión millennial que consideran que la vida de sus padres, y por extensión la de toda la generación boomer, ha sido un camino de rosas en el que pudieron obtener sin esforzarse demasiado un trabajo fijo, una vivienda en propiedad, además de, ahora, unas pensiones que ponen en peligro el futuro de las nuevas generaciones.

Yo tengo cincuenta y seis años y no sé si técnicamente pertenezco a la generación boomer, a la X o soy −para esos jóvenes− un miembro de las juventudes pensionistas que cuando se jubile va a estar tomándose mojitos en Benidorm mientras ellos todavía comparten piso con desconocidos que cagan con la puerta abierta.

La realidad es que no imagino un futuro −para mí− tan halagüeño, teniendo en cuenta que a lo largo de ese camino de rosas que, en teoría, ha sido la vida de una persona de mi edad, me he clavado unas cuantas espinas: cuando acabé de estudiar no había trabajo ni de lo mío ni, para un universitario, de lo otro; me tuve que ir de casa jovencísimo, con solo treinta y dos añitos; me “dieron” una VPO en 2008, el año que me despidieron y nació mi hija; pagué la hipoteca trabajando como barrendero, operario, periodista u otros oficios precarios y haciendo muchos castings a las bandejas de carne de los supermercados; conseguí mi primer trabajo estable a los cincuenta y cuatro… Y nunca se me ocurrió culpar de todo ello a la pensión de viudedad de mi madre.

Generalizar, pues, es una cosa horrible, y estoy seguro de que entre los jóvenes también hay muchos que no van a tener ninguna dificultad para estudiar la carrera que quieran o para conseguir un trabajo en la empresa de papá; o, dicho de otra manera, me parece más justo reivindicar la lucha de clases que enfrentar generacionalmente a la peña. Puestos a generalizar yo podría decir que en realidad tampoco me importa demasiado quedarme anclado en mi tiempo si el que viene detrás es el tiempo del lavado de cara de las religiones castrantes, del auge de la ultraderecha y de las zapatillas con muelles