No conozco a nadie que haya pasado por la dura experiencia de un cáncer o un dolor crónico incapacitante e insoportable que no defienda el uso medicinal y terapéutico del cannabis. Quién soy yo para contradecir a Carola Pérez, presidenta del Observatorio Español del Cannabis Medicinal. Y no lo es por gusto ni por vicio. Desde niña padece un dolor crónico neuropático, descrito como “muerte en vida”, y después de probar todo lo probable sin éxito, por fin pudo respirar tranquila cuando optó por tomar una infusión cannábica. Su vida cambió a partir de ese momento. A mejor. Reconoce que la marihuana medicinal es lo único que le hace no pedir la eutanasia. La frase es tan lapidaria como sobrecogedora.

Éste es un caso, pero hay muchos. Y la necesidad de dar un paso en este sentido era un clamor. Por eso, el decreto ley que regulará el uso medicinal del cannabis es una decisión acertada y valiente. A la espera de concreciones, la regulación permitirá que cuando los tratamientos convencionales no funcionen, se pueda optar por esta alternativa con total seguridad. Con las necesarias garantías científicas, clínicas y de control sanitario. Siempre bajo estricta supervisión médica y farmacéutica. Con prescripción exclusiva de los especialistas de cada patología a tratar. Y con dispensación de los servicios de farmacia hospitalaria autorizados. Aquí, de hecho, la norma peca de tímida, al no abrir el abanico a médicos de primaria y a boticas a pie de calle. En cualquier caso, esto evitará el cultivo propio de la planta o recurrir a productos y compuestos de dudosa procedencia.

Regular no es banalizar

Uso médico, no recreativo.

Hábitos de consumo peligrosos hay muchos, como los derivados de fármacos que son totalmente legales, y no por eso dejan de recetarlos los facultativos. La regulación puede implicar cierta apertura, pero también implica mayor restricción y control. Y fiabilidad. Esto no va de fumar porros mientras suena de fondo Bob Marley. Esto es ciencia y medicina avalada por datos y por países europeos como Alemania, Italia y Portugal, donde, cada uno con sus propios matices, se regula ya el cannabis terapéutico.

Pregunten a un paciente con fibromialgia, o con cáncer en plena quimioterapia, o a alguien que tenga un familiar en paliativos. Les dirán que cuando fracasaron los opiáceos (que por mucho que sean legales, recetados y socialmente aceptados, no dejan de ser drogas, potencialmente muy adictivas), encontraron en el cannabis terapéutico más que un enorme alivio; un asidero al que agarrarse, un hálito de vida.