“Uno no es de donde nace, sino de donde pace”. La frase se las trae, pero tiene matices, porque pacer, pacemos en más de un sitio con el paso del tiempo, y llega un momento en el que las firmezas se vuelven volubles y las personas cambian. Lo dice un señor que nació hace 51 años en el mismo pueblo en el que residió hasta los 32. Toda una vida que mantiene firme mi identidad, poco apegada a orgullos nacionales, y sí al barro del barrio y mis gentes: las mismas con las que sigo sintonizando en viejas frecuencias que siempre funcionaron para nuestra comunicación. Pero dos décadas en otro pueblo no pasan en vano. Y a día de hoy, el pueblo que sí es el de mis hijos, se me hace cada vez menos extraño. En resumen, cada vez protesto menos cuando alguien me ubica donde me ha visto pacer desde 2006. Hasta hace poco, saltaba como un resorte si lo hacían. Ahora ya menos. Sin embargo, aquel barrio en el que ya vive un montón de gente que hoy me resulta extraña, siempre me ha hecho sentir en casa. Da igual que me pasee entre gentes que no me conocen. Me acompañan las vivencias de aquel que nació, pació e hizo todo lo que pudo y se le ocurrió allí. Pero el fin de semana, fiestas y tajada asegurada en el pueblo de acogida.
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