Se trata de un concepto y expresión, el de la externalidad, utilizado en la teoría económica para designar todos los efectos que una actividad realizada por uno o varios agentes económicos, generan a otros agentes, sin mediar entre ellos ninguna transacción relacionada con la actividad.
Los efectos pueden ser positivos o negativos, por lo que podemos hablar de externalidad positiva o negativa. Veamos dos ejemplos:
La actividad de polinización que realizan las abejas de un apicultor en el espacio A, dedicado a la explotación apícola, en los vegetales situados en una parcela colindante B, constituye un ejemplo de externalidad positiva.
Por su parte, la contaminación que generan los purines de una explotación ganadera –si no se tratan convenientemente–, provoca contaminación aérea (olor) y terrena (tanto en la tierra como en aguas residuales), sería un ejemplo de externalidad negativa.
En el ámbito del turismo, tras contemplar las múltiples informaciones y comentarios que las voces habituales, medios incluidos, realizan sobre este sector productivo, está claro que se producen, también, ese tipo de efectos.
Es frecuente leer y escuchar las cifras de gasto por visitante, sea este extranjero o “nacional”, así como del número de ellos que visitan zonas, ciudades, ámbitos rurales, espacios playeros y demás.
Lo que, en mi dilatada experiencia, y existencia, no he podido contemplar –igual existe, pero no he tenido noticia de ello–, es un análisis fiable del coste del turismo en términos de externalidades negativas del mismo.
Soy consciente de que no es empeño sencillo, pues se trata de evaluar hechos, situaciones y circunstancias que implican una dificultad cierta de evaluación y contabilización, pero que, en el siglo de la tecnología disruptiva algorítmica, no resulta imposible.
Lo primero sería identificar los centros de coste, elementos y variables más relevantes para los fines deseados, y, después, proceder a su evaluación, propiamente dicha, y al análisis comparativo con los ingresos, así como al establecimiento de las correspondientes conclusiones y sugerencias, con el fin de que los decisores oportunos procedan a poner en marcha las actuaciones que estimen adecuadas para menguar en lo posible las externalidades negativas.
No se trata, entonces, de minimizar o sobrevalorar la importancia económica que representa la actividad citada en términos de PIB. Todo lo contrario, deberíamos acotar con rigor y fiabilidad la importancia real neta de dicho sector económico, incluido en la categoría del sector terciario, es decir, el de los servicios.
Voy a proponer un primer listado de centros/elementos de coste, algunos cuantificables directa y monetariamente, y otros que, podemos denominar intangibles, dada su indudable influencia negativa en el ámbito subjetivo.
Vamos con ellos: El alojamiento (logrado en propiedad, en alquiler, o de uso temporal) con presión en su coste vía precios de compra, precio de alquiler o precio de habitación hotelera; la restauración y hostelería, mediante el mantenimiento de precios con posterioridad a la elevación sufrida por la presión turística; congestión y, por lo tanto, menor disfrute o encarecimiento del mismo para los vecinos habituales del núcleo poblacional en cuestión, y aplicable a espacios de tipo cultural, deportivo, de ocio, naturales y parques; congestión y elevación del coste del uso de las infraestructuras y medios de transporte, aéreos, marítimos y terrestres y, por último, congestión y elevación de precios en los espacios de abastecimiento alimentario, a lo que hay que añadir la congestión en los espacios y la atención sanitarios;.
También habría que cuantificar el incremento del consumo del agua y electricidad, con la consiguiente presión sobre sus precios, infraestructuras y cantidad disponible a lo que hay que sumar la imposibilidad racional de utilizar el vehículo propio, dada la situación de las vías y aparcamientos, por lo que los pagos correspondientes al impuesto de circulación deberían ser analizados en su concepción y cuantía, dada la dificultad de su uso y disfrute todo el año.
Podríamos ampliar el número de situaciones y elementos que suponen un coste derivado de la afluencia masiva y descontrolada de personas no residentes, pero para los objetivos de este comentario no parece imprescindible.
No se trata de posicionarse, sin más, contra el turismo, pero sí contra su desarrollo especulativo e incontrolado. Insisto en el interés y conveniencia de acotar, económicamente, el perímetro de la actividad turística, por lo que sugiero la realización de un análisis riguroso sobre estos aspectos y otros y su comparativa con los teóricos ingresos que se generan.
Este análisis considero conveniente que sea realizado por especialistas del mundo universitario y académico, para que a través del mismo se pueda discernir y acotar por parte de quien corresponda y con suficiente conocimiento, lo que aporta real y objetivamente el turismo como actividad económica a la sociedad
Un doble apunte final. No he tenido en cuenta, conscientemente, la economía sumergida basada en actividades legales no declaradas –por la que no se pagan los impuestos correspondientes–, e ilegales que genera el turismo. Ojalá que no lleguemos al nivel del chiste del gran Gila, en el que protestaba ante el director del colegio de su “niño” por cobrarle el desgaste del patio que producía su hijo jugando y ante lo que preguntaba: “¿Y el desgaste del niño quien lo paga?”. Pues eso...