Estos días pasados se homenajeó por parte de la Diputación de Gipuzkoa al benedictino Juan Joxe Agirre (Alegia, 1930), con todo merecimiento.
Tuve la ocasión de tratar con él de manera bastante constante allá por los años ochenta y dos conclusiones saqué: que era un trabajador entregado, aun a riesgo de su comodidad, a lo que añadiré que era una magnífica persona que daba sobradas muestras de hospitalidad, de amabilidad, etc.
El motivo del trato se debía a que servidor trabajaba, de hecho era responsable, en la medida en que era el que estaba en el Centro de Documentación de Historia Contemporánea de Eusko Ikaskuntza, atendiendo a las consultas de los investigadores y otros, a la vez que recogiendo materiales (panfletos, carteles, boletines...) de diferentes partidos y organizaciones políticas, sociales, sindicales y culturales, y concretando suscripciones a diferentes publicaciones, nacionales, estatales e internacionales. Tal trabajo me hizo acudir en varias ocasiones al archivo lazkaotarra que había puesto en pie, como una laboriosa hormiguita, el fraile del que hablo: en algunas ocasiones solo para conocer el archivo, y en otras acompañado; todavía recuerdo una visita con mi hijo mayor, Peru, que flipaba con la cantidad de gallinas y conejos que tenía aquella comunidad, mostrado con alegría por el guía del que hablo. Alguna de las veces en que fui solo, comí en el refectorio en silencio y escuchando las lecturas piadosas, para luego ser llevado a una sala aparte en la que se me ofreció café y hasta alguna copichuela de pacharán, y charlé tanto con Juan Joxe y con el que a la sazón era el prior (¿o abad?) del convento. Más adelante, durante varias semanas, iba a Lazkao en donde cogiendo algunas publicaciones encuadernadas (el Euzkadi, recuerdo entre otras)las llevaba a los bajos de Lakua en donde Begoña Uriguen comenzaba a organizar un archivo con pretensiones de que fuese el embrión de un posible Archivo Nacional o similar; yo me encargaba de microfilmar los materiales prestados para después devolverlos a su lugar. Tales visitas fueron devueltas, por él, en más de una ocasión de manera clandestina -asegurándose de que estuviera yo solo- a la sede de la calle Pampinot en Hondarribia...realizando algunos cambios de publicaciones, carteles, etc., invitándome, por su parte, a enviar colaboraciones a una revista local, envíos que, entre una cosa y otra, nunca cumplí; por otra parte, habiendo cambiado de trabajo, no volví a tener contacto con él, a pesar de haberlo pensado más de una vez...
Alguna voz no miraba con buenos ojos la labor del benedictino con motivos tan potentes (?) como que se trataba de un cura, y con una desfasada defensa de lo público frente al archivo privado, que con tanto esfuerzo había organizado Juan Joxe. Recuerdo, del mismo modo que mi hijo todavía se acuerda, de los animales, de aquella visita, sus relatos acerca del trajín que con frecuencia se organizaba por allá, debido a alguna redada y la visita de la BPS para registrar el convento para ver si allá se escondía algún militante, lo que hacía que en las horas previas, a las posibles visitas, tenían que enterrar los materiales que allá tenían custodiados, materiales que a la sazón estaban prohibidos., claro. Señalaré, por último, cómo en el trato con diferentes partidos y organizaciones, Juan Joxe daba muestra de una tolerancia absoluta, no dejándose llevar por escore de ningún tipo.
Quería decirlo, ya lo he dicho, pues es de bien nacidos ser agradecidos...y así, al menos en esta ocasión, mi modesto agradecimiento y respeto coincide con los honores institucionales que se le han rendido.