Después de años de análisis sensatos y racionales sobre la posmodernidad y todo lo que acarrean los resultados de las últimas elecciones en Francia y el Reino Unido, además de las propiamente europeas, nos llevan a pensar que los análisis sociales y filosóficos son muy interesantes pero su valor predictivo es muy escaso. La muerte de las ideologías entendidas como sendas dirigidas hacia un final que nos garantice la realización de nuestros ideales de justicia, paz, igualdad y libertad; y la sustitución por un pragmatismo que enfatiza el valor de lo útil como la mejor referencia para lograr satisfacer nuestros deseos, son ideas sostenidas desde hace décadas por los teóricos de la filosofía política posmoderna. La crítica al pensamiento ilustrado de la modernidad no ha sido capaz de generar alternativas al mismo, más bien ha producido un vacío y un sentimiento nihilista, es decir “sin hilo”, sin relación o enlace histórico, y que deja sin sentido la existencia humana. Walter Benjamin se lamenta de la pérdida del valor de la experiencia que se transmitía a través del hilo narrativo que une el pasado al presente y prepara para el porvenir. Ese hilo se ha roto y nos hemos quedado congelados en un presente continuo.
Sin embargo, frente a todo lo anteriormente expresado, la realidad parece rebelarse y contradecirlo por la vía de los hechos. La respuesta que gran parte de Europa está manifestando a través del voto para elegir a sus representantes políticos es una respuesta cargada de ideología, en mi opinión. Porque ideología es lo que se necesita para discernir entre las alternativas que se nos ofrecen. La vía de la llamada derecha extrema que no promete nada que a la mayoría de las personas le pueda interesar, más bien al contrario. Y la vía de la izquierda que, en la actualidad, es la principal para procurar una vida buena a la gran mayoría de las personas. Está claro que, al menos, existen dos mundos poco conectados: el mundo del pensamiento teórico que lleva su propio ritmo, y el mundo práctico en el que se desarrollan las vidas cotidianas de las gentes. El primero, poblado en su gran mayoría por hombres, dibuja un ser humano carente de empatía y fruto del sistema económico neoliberal, totalmente plegado sobre sí mismo y sin esperanza en el futuro ni refugio en el pasado, víctima, por lo tanto, de un “presentismo” consumista e intrascendente. En el segundo, el mundo real, el que se huele y se palpa, está poblado por hombres y mujeres de toda clase, edad y condición. Cierto es que recibe y suministra influencia en el mundo teórico, pero no se aleja de lo que se ha llamado siempre sentido común. Sabe quién le puede perjudicar y tiene experiencia de la fragilidad y la vulnerabilidad humanas. Principalmente, las mujeres tememos a quienes defienden ideas que nos dañan en muchos sentidos porque pretenden seguir dictando las normas por las que nuestras vidas han de regirse recurriendo a “la mística de la feminidad” que, como muy bien describió Betty Friedan se trata de definir qué es lo esencialmente femenino y, en consecuencia, enumerar todas y cada una de las virtudes que deben adornar a las mujeres así como marcar cuál debe ser su principal misión en la vida, como la de esposas y madres entregadas. Esta es la horma que pretenden algunos rescatar del pasado para ajustarla en apariencia y con algunos retoques a la actualidad. También la clase trabajadora que tiene conciencia de su posición en la estructura social y económica sabe que la derecha, cuanto más derecha sea, peor para ellos.
Así pues, se hace necesaria una nueva revisión teórica de los postulados que sirvieron, sobre todo y principalmente tras la derrota del comunismo y la falta de alternativas, al modelo capitalista occidental. Porque, quizá y sólo quizá, lo ocurrido en esta parte del mundo, cercana y desarrollada, sea una señal de cambio de paradigma. Claro, no soy visionaria y tengo presente que las amenazas involucionistas están al acecho, pero también detecto desde hace tiempo algo que otros denominan “cierto agotamiento” del modelo capitalista voraz que todo lo compra y todo lo vende. Los efectos de la globalización se van notando y no siempre resultan positivos, como es la concentración de capital en las grandes multinacionales o el cambio climático. Otra fuerza social, aunque menor, se deja sentir en la dirección contraria. Como dijo contundentemente Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía: “El sistema financiero debería servir a la economía real, no al revés”. Veremos. Psicóloga clínica