El 9 de junio estamos llamados a votar para elegir nuestros eurodiputados. Desgraciadamente, estos comicios europeos se caracterizan por una participación muy baja (últimamente, del orden del 40%) y una campaña electoral en base a temas estatales o autonómicos, dejando la política europea en un segundo o tercer plano.

En efecto, los partidos políticos y los medios de comunicación se polarizan como si estas elecciones fuesen una segunda vuelta de las anteriores citas, catalanas o vascas, si el PP o PSOE llegará en cabeza, cuando lo que nos jugamos es el futuro de la Unión Europea, el nuestro.

Han pasado casi 70 años desde el Tratado de Roma y casi 80 desde que los Padres de Europa, con la participación de los vascos Agirre, Landaburu, Irujo, etc. junto a otros democristianos europeos (Schumann, Monnet, Adenauer, De Gásperi...) promovieron y promulgaron la fundación de la futura Unión Europea. Verdaderos profetas, veían que cada uno de los estados europeos, individualmente, no tenían porvenir alguno en un mundo avanzando hacia la globalización. Su visión europea se resumía en: una Unión Federal, en base a los Pueblos, construida respetando el principio de subsidiariedad, implantando un modelo social progresista inspirado en la Doctrina Social de la Iglesia. Una gran mayoría de los vascos de hoy sigue añorando ese modelo de Unión Europea.

Sin embargo, después de 70 años, no sólo estamos lejos de ese modelo de UE sino que vemos muchas nubes negras, con el riesgo de verla desaparecer o por lo menos transformada en algo diametralmente opuesto a su vocación inicial.

Hoy más que nunca necesitamos una UE fuerte, independiente de los otros poderes mundiales. Los retos económicos, tecnológicos o medioambientales son mundiales. Ninguno de los países europeos, como Alemania o Francia, por muy potentes que nos parezcan, pueden pretender dar una respuesta válida y eficaz por sí solos. En la misma frontera de la UE, la barbarie de Vladímir Putin ha causado más de 300.000 muertos en Ucrania y la total destrucción de una gran parte de ese país, no sabiendo hoy hasta dónde pretende avanzar. La UE no posee, por no haber sido capaz de crear una defensa común, una suficiente fuerza que le permita defender nuestras propias fronteras. Y cómo pretender contar con una solución diplomática común cuando los presidentes o ministros de Asuntos Exteriores de distintos países europeos actúan por su cuenta, sin previa y suficiente coordinación. Acaban por ser el hazmerreír de la diplomacia de los países terceros.

Otro aspecto primordial es el de nuestro modelo social europeo. Muchos lo critican, pues es evidente que en diversos aspectos son necesarias modificaciones y mejoras, pero ¿existe en el mundo algún modelo social que preferiríamos? ¿Algún vasco cambiaría el que existe en nuestro país por el de Rusia, China, Estados Unidos o Argentina? La Carta de los Derechos Humanos de la UE, por muy deficiente que nos pueda parecer, es un modelo envidiado por el resto del mundo.

Qué decir de la acogida y, sobre todo, integración de los inmigrantes, sin olvidar la ayuda a los proyectos de desarrollo duradero en sus países de origen. Únicamente una política común europea puede tener una acción mínimamente eficaz.

Ante tales retos vitales, sólo una UE federal puede aportar una respuesta adecuada. Un federalismo original, respetuoso de la diversidad propia de los 27 Estados miembros y de los Pueblos que los conforman. Pero una verdadera federación. No podemos seguir asumiendo que un país de 0,5 millones de habitantes bloquee decisiones vitales, correspondientes a competencias de un sistema federal, de los 450 millones de la UE. Es lo que hoy vivimos en repetidas ocasiones, impidiendo el buen funcionamiento de la UE.

Nos queda, pues, mucho por avanzar y estamos estancados. Si quedamos paralizados, la UE puede desaparecer o entrar en un periodo de letargo letal. Las soluciones no son fáciles, ante el previsible bloqueo institucional de algunos países o partidos políticos de la UE. Pero su desaparición o disfuncionalidad sería una catástrofe segura para todos y cada uno de los países miembro, una eventualidad inimaginable.

Debemos elegir representantes de partidos políticos dispuestos ante todo a trabajar en la construcción de esa Unión Europea federal, capaz de responder a nuestras necesidades. La prioridad no debe ser qué ventajas puedo conseguir para mi país, sino qué podemos aportar para la construcción de una UE fuerte, capaz de desarrollar un modelo social, económico, político acorde con nuestros principios humanistas, dotado de un sistema de gobernanza eficaz para una entidad de casi 500 millones de habitantes.

Todos estos aspectos son los retos que están en juego en las próximas elecciones europeas del 9 de junio y el peligro de que los partidos euroescépticos o antidemocráticos salgan reforzados. La solución está en las manos de los europeos, en nuestras manos. Etiker son Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y José María Muñoa