Al analizar el  desarrollo de la economía norteamericana, los expertos parecen dividirse en dos bandos: unos son las sirenas con las mejores previsiones, otros advierten de enormes riesgos, como una versión nueva de la Casandra de la mitología griega, que predice todo tipo de males y desastres.

Los economistas que opinan ante el público tienen básicamente dos posiciones: las sirenas nos aseguran que todo va viento en popa porque la inflación baja, las bolsas suben, los inmigrantes aportan una mano de obra muy necesaria en un contexto de pleno empleo.

El bando de las Casandras, que de momento ocupan los republicanos porque están en la oposición, advierte de una etapa de graves riesgos económicos, con un gobierno paralizado, con indocumentados a quienes consideran posibles delincuentes, con imágenes cada vez peores de las universidades norteamericanas, donde se cursan carreras inútiles que dan títulos pero no empleo, con un gobierno paralizado y un mundo hostil ante el que cada vez hay menos capacidad de defensa.

Las diferencias de percepción se han agudizado aún más porque estamos a medio año de unas elecciones presidenciales en que ambos candidatos provocan escaso entusiasmo entre la población.

En realidad, los argumentos de las sirenas demócratas y las Casandras republicanas parecen idénticos pero calcados al revés, uno por uno: ¿Sube la bolsa? “Peor será la caída”, nos dice el republicano, mientras que el demócrata apuesta por la bonanza y gestiona ya más gastos públicos que aumentan la gigantesca deuda del país. ¿Los estudiantes paralizan las universidades?, los republicanos lamentan el daño académico, los demócratas ven una prueba de libertad y solidaridad con los oprimidos.

En este contexto, la mejor solución para la convivencia sería poner las riendas del poder en manos prudentes y moderadas, con experiencia y un espíritu conciliador. Y esto es exactamente lo que eligieron los norteamericanos en 2020, cuando Biden finalmente logró el sueño de su vida de convertirse en presidente.

En su candidatura se presentó como un bálsamo que aplacaría el país tras las investigaciones lanzadas contra Trump desde los cuarteles políticos demócratas y tras cuatro años del estilo de gobierno particularmente polémico del expresidente republicano.

Las políticas de Biden

Lo que se materializó de ese voto de 2020 tiene poco que ver con los deseos del electorado: Biden resultó moderado tan solo a la hora de hablar y moverse, cosas que hacía escasa y lentamente, pero sus políticas no han sido conciliadoras sino que le dio al acelerador para imponer medidas progresistas que tan solo desea una parte del país, por mucho que de puertas afuera parezcan ser más populares debido a la concentración geográfica de los demócratas en ciertas áreas y al apoyo casi total de los medios informativos.

El volumen de las voces de protesta en las universidades de prestigio como Harvard o Yale, así como los apasionados comentarios periodísticos, pueden crear la impresión de que Estados Unidos vive una orgía progresista, pero la realidad es que hay grandes zonas con población conservadora, cuyas voces no llegan a todas partes y es difícil saber hasta qué punto influirán en las próximas elecciones.

Luchas internas en el Congreso

En el Congreso parece reinar la misma confusión, con una tenue mayoría republicana en la Cámara de Representantes y una también escasa mayoría demócrata en el Senado, sin que ninguno de los dos partidos hayan unificado sus diversos frentes, hasta el punto de que, especialmente entre los republicanos, parecen luchar más entre ellos que contra sus rivales del Partido Demócrata.

La cacofonía entre estos republicanos trae a la memoria el consejo del Presidente Reagan “no hables nunca mal de un colega republicano”, que parece totalmente olvidado, pues tratan de minarse mutuamente.

La situación no es muy diferente entre el Partido Demócrata, donde algunas de sus voces de más prestigio advierten ya de que la campaña del presidente Biden no va por buen camino.

El desconcierto se refleja en las encuestas, de las que no se puede sacar cualquier conclusión, porque indican cosas totalmente distintas… según la posición de la empresa que pagó por el sondeo.