Se lo ha regalado crudo a la derecha la inclusión de más de cuatro decenas de candidatos de la coalición EH Bildu vinculados a ETA, algunos incluso condenados por su participación directa en atentados. ETA era una leve sombra de la que solo se acordaban los de siempre para seguir amortizando a las víctimas y, por supuesto, a un electorado del Ebro para abajo y doblando la esquina a la derecha. Pero ETA, como un espíritu, ya es como una Lady Di en una coronación en Westminster. Siempre acaba resucitada por los mismos, justo por aquellos que no irían juntos ni a un bautizo. Poco importa que su inhabilitación esté superada o la sociedad haya pasado página, que el fin de la dispersión sea un hecho o que este país siga saliendo adelante con o sin la banda. La insistencia de algunos por resucitar a esta novia en el banquete electoral solo puede responder a su falta de propuestas y de un programa que, ni por puro automatismo, digámoslo ya, nadie lee.

Pero ETA nunca falla, ni para sus groupies de un lado ni los del otro. Es una suerte de talismán indisimulado que agitan en Sortu, en el PP o en Vox como un camino de migas en el bosque. Los primeros por una ausencia de ruptura con un pasado sin réditos, los segundos simplemente porque sin ETA, ni había mucho proyecto, ni un solo votante que no estuviera esperando a abrir las orejas en los mítines o los debates de la televisión cuando sonaban las infames siglas. Los Otegis, que de inhabilitaciones sabe un rato, las Ayusos y Abascales siguen en ese podrido kilómetro 0 mientras pontifican con descaro con las necesidades ciudadanas y un futuro mejor. Solo nos faltaba la Fiscalía, que tantas veces irrumpió en campaña para investigar algunas candidaturas y que ahora, como otras veces, ha dado la salva de bienvenida a los todavía treces días que nos quedan hasta el domingo de votaciones.

Extinta y en el desguace no hay, sin embargo, desarme político en las filas de los que patrocinan la resurrección de la sombra, lo mismo poniendo su nombre en unas papeletas, que agitándola en sus discursos del miedo, o sea, en los no discursos. Hace falta estar muy ciego para echar mano de un zombi y desear que te dé de comer. Sin extorsión, amenaza y pólvora, ETA se alza en campaña y el respetable no sabe si está en mayo de 2023 o en las Olimpiadas del 92. Existe la remisión y la posibilidad de la metamorfosis en un honrado político, exactamente igual que tras la muerte de Franco, cuando eclosionó aquel abanico de “demócratas de toda la vida”, tanto, que llegaron unas elecciones y verdaderamente parecían una dulce Lady Di. Ahí están los opuestos, sí, como enemigos íntimos, tirando los dos de victimismo y Estado de derecho. Unos sin romper con lo que fueron, otros con munición suficiente para atizar a Sánchez, el gran señalado, que tras su gira por las barras y estrellas indica que la legalidad y la indecencia son perfectamente compatibles. Lo hace a amigos y enemigos que, gracias a ETA, ya parecen una mutua.