Nenecesitamos soluciones urgentes para preservar la salud del planeta y de quienes habitamos en él. Y el único camino es acelerar la transición energética, como cura a la “adicción humana a los combustibles fósiles”. La expresión, utilizada por el propio secretario general de Naciones Unidas, resume de forma gráfica las conclusiones de la Semana del Clima celebrada hace pocos días en Nueva York bajo los auspicios de la ONU.

Los síntomas de la enfermedad del planeta pueden verse día a día. Los científicos avisan de que el cambio climático ha incrementado los riesgos de sequías, incendios, tormentas, inundaciones y olas de calor. Todos estos fenómenos han pasado de ser una amenaza esporádica y concentrada en unas pocas zonas del planeta a solaparse y convertirse tristemente en recurrentes. Las consecuencias en la sociedad y en la economía son más que notables.

La invasión de Ucrania supone un nuevo reto para la recuperación económica mundial, ahora que los planes diseñados tras la irrupción del covid estaban empezando a despegar. Los efectos de la guerra se plasman en los precios de bienes o servicios cotidianos, como los cereales o la energía, pero también en los de otros que nos impactan indirectamente a todos, como los minerales.

Los impactos de la agresión para toda la estructura económica mundial son tan trágicos como reales. En una economía tan interconectada, una ruptura en la cadena del orden mundial trae consecuencias funestas desde el primero hasta el último de sus eslabones. En particular, el conflicto ha dejado al descubierto como nunca los problemas que genera una excesiva dependencia exterior, especialmente en el campo de la energía.

Ante este panorama, estamos obligados a actuar. No podemos quedarnos impasibles repitiendo los mismos errores que nos han llevado hasta aquí. Hay que reaccionar, dar respuestas y tomar decisiones. Y contamos ya con planes claros elaborados con el consenso de todos, desde el Acuerdo de París hasta el plan Repower EU de la Comisión Europea, que apuesta de forma decidida por la electrificación de la economía a través de las energías renovables. Esta es, como dijo António Guterres, “la única opción creíble para lograr seguridad energética, precios estables y oportunidades sostenibles de generación de empleo”.

Para lograrlo, no hace falta recurrir a soluciones mágicas ni a la ciencia ficción. Disponemos ya hoy de productos y servicios competitivos basados en la electrificación con renovables y el hidrógeno verde para nuestros usos energéticos. Los que ayer se escudaban en la falta de competitividad para atacarlos, hoy se aferran a otros argumentos ante la escalada de los precios de los combustibles fósiles, como la dificultad de escalar las cadenas de producción y suministro. Cada día que pasa, el tiempo va quitándoles razones.

Iberdrola está convencida de que es posible. Hace más de 20 años decidimos abrir camino, marcar una senda que nos ha llevado a la cúspide de la producción energética verde mundial. Basta con echar un vistazo a los números del impacto de nuestra actividad en el empleo –400.000 en todo el mundo, de los que 17.000 son en Euskadi– para confirmar que lo que algunos señalaban despectivamente como ensoñación es hoy la única vía para sortear la crisis global.

La Península Ibérica tiene los mejores recursos renovables de Europa, y unas redes eléctricas modernas, resilientes y digitalizadas son el mejor modo de trasladar sus ventajas al conjunto de los ciudadanos.

Afianzarnos en un sistema energético basado en la electrificación genera una doble ventaja competitiva: por un lado, los ciudadanos y las industrias podrán disponer de energía limpia y accesible, permitiendo mantener aquí un tejido industrial creciente y competitivo. Y, por otro, la potente base industrial del País Vasco en energías limpias, de la que forman parte cientos de empresas, podrá aprovechar nuevas oportunidades de un nuevo mercado global de energías limpias partiendo de un punto de salida aventajado.

La profundidad de la crisis da a la apuesta por la economía verde aún más sentido: es la vía más adecuada y la respuesta más eficaz y duradera. Para avanzar en esta dirección, todos debemos colaborar y crear alianzas: administraciones públicas, partidos políticos, sindicatos, empresas, ONG... porque unirnos es la única forma de progresar al ritmo que todos precisamos.

La economía verde puede permitirnos avanzar hacia una sociedad más sostenible en lo económico, social y ambiental, además de generar enormes oportunidades de desarrollo industrial para Euskadi. Porque sin un medio ambiente sostenible, no hay economía sostenible, ni aquí ni en ningún lugar del planeta.

Director de Cambio Climático de Iberdrola