ícese de las armas de fuego que es mejor no jugar con ellas de forma imprudente porque las carga el diablo y las consecuencias pueden ser hasta mortales. Algo semejante se puede decir de los micrófonos profesionales que pueden parecer cerrados y estar abiertos prestos a recoger lo que los personajes cantan amparados en el supuesto de estar protegidos, para decir y maldecir de los protagonista de actualidad. Un micrófono sin cerrar, cuando debiera estarlo, deja desamparado al político, deportista o artista de turno, desnudo ante el fallo técnico de un micro traidor, que deja al osado protagonista con el culo al aire. Algo así le ha ocurrido al presidente norteamericano que en una reciente rueda de prensa, creyendo estar protegido por el micro de turno, espetó un sonoro insulto a un periodista quisquilloso que aguantó con ánimo y fortaleza el procaz escupitajo mental que descalificó al inquilino de la Casa Blanca y se pudo escuchar en los informativos del mundo entero. La pelea mediática entre algunos medios norteamericanos y el presidente es un fenómeno sociopolítico que forma parte de la vida comunicativa que proporciona episodios como el presente: el abuelo Joe espetando un escandaloso hijo de puta a un periodista especialmente crítico con el quehacer del político en un momento complicado de su mandato. En un ejercicio de riesgo mal calculado, el presidente agredió verbalmente al periodista y el incidente llegó al mundo mundial porque había un micrófono abierto y la agresión verbal se extendió por la aldea digital con velocidad de crucero. El político se desahogó y la contundencia del ataque a la madre que lo parió quedó al descubierto por obra y gracia de un chisme eléctrico mal manipulado. El fariseísmo del mandatario quedó patente y la figura del presidente registró un episodio más en la pelea de gallos entre Biden con los medios. Que sepan los usuarios de micros públicos que un descuido puede ponerlos en aprietos.