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Axotez beztuz

BCC

robablemente porque había participado en una fallida experiencia previa impulsada en Oñati por la misma corporación cooperativa, cuando me lo presentaron recelé del proyecto que ya había sido bautizado como Basque Culinary Center. Listillo de mí, creía tener argumentos de autoridad que moderaran el entusiasmo de los Aizega y compañía en aquellas primeras reuniones. Afortunadamente para todos, de mí no dependía decisión alguna y el plan encontró el apoyo, tanto de mis compañeros de gobierno como del resto del entramado institucional.

Celebra el BCC su décimo aniversario con una fortaleza digna de admiración. Ha conseguido dotar a la gastronomía de una enorme dimensión, poniéndola para ello en relación directa con campos como la innovación, la investigación, la industria y la gestión. Los miles de alumnos y docentes de todo el mundo que han pasado por sus instalaciones se han convertido además en agentes activos para cimentar el prestigio, tanto del centro en sí como de la gastronomía vasca. También un motivo añadido para situar en el mapa a una ciudad, a un territorio, a un país.

Los que hemos participado de la vida pública debemos tener la honestidad de reconocer desbarros y errores. Por ejemplo, este del BCC. Tampoco es que mi masoquismo alcance para tanto como para sentirme como los ojeadores franceses que descartaron a Griezmann, los editores que rechazaron publicar Harry Potter o las discográficas que ignoraron a los neonatos Beatles, pero hay veces en las que uno se alegra mucho de haberse equivocado. Como acto de redención y homenaje, estaría dispuesto a preparar una comida a los promotores de este proyecto que nos enorgullece, aunque, tratándose de quienes se trata, mi empeño resultaría tan extravagante como, pongamos por caso, diseñarle un vestido a Isabel Zapardiez. Lo mejor será aplazarla hasta las bodas de plata.