l arte es un valor refugio. En principio, no pierde jamás valor -todo lo contrario- a menos que se dañe. O eso era lo que se pensaba hasta que Banksy destruyó con una trituradora por control remoto una de sus obras, tras ser vendida en una casa de subastas por 1,2 millones de euros. Ahora, en un presente que intenta entender cómo cotizan y cómo funcionan las criptomonedas, la revalorización -¿especulación?- sobre una pieza ha roto cualquier esquema. El artista digital Beeple lleva desde el año 2007 diseñando un cuadro digital al día. Recopiló las 5.000 primeras creaciones en un mosaico que puso a la venta en Christie's. ¿El resultado? Logró 57 millones de dólares. Eso sí, no piensen que el feliz vencedor de la subasta, un programador y -obviamente- multimillonario de Singapur podrá colgar el cuadro en su casa. No, lo que ha comprado es un archivo JPG que mide 21.000x21.000 píxeles. Siendo un archivo, si pulsásemos control cé, control uve, podríamos copiarlo. Se acabó la fiesta. Es aquí donde entran la tecnología cripto, concretamente, los NFT o non fungible tokens, algo tan abstracto para explicar que los supuestos expertos lo liquidan diciendo que es un sistema que convierte ese JPG en único e irreplicable. El multimillonario no ha adquirido un lienzo, ha comprado unicidad etérea. La oferta y la demanda.