Envejecer es solo un fenómeno biológico, cuya expresión más traumática socialmente es la jubilación. Es el momento en que la edad te empuja a salir por una puerta incierta hacia un futuro confuso. Al marchar estás obligado a depositar sobre la mesa de tu despacho, todas las prebendas directivas y económicas adquiridas. Y te quedas desnudo, como el rey en el famoso cuento de Hans Christian Andersen (1837) Durante un tiempo, algunos subordinados seguirán tratándote con cierto respeto ritual, pero pronto aprenderán a verte desnudo de poder. Es solo una mesa camilla en medio de la nada. Eso nos pasa a todos y es imprescindible saber envejecer con dignidad. Estos días contemplo atónito a Albert Boadella, uno de mis mitos de juventud, junto con los cantautores Raimon, Lluís Llach y los Setze Jutges entre otros miembros de la Nova Cançó. Veo a Boadella, a sus 74 años, y no le reconozco. Para mí ha envejecido mal. No solo está desnudo, la desnudez siempre es bella, sino que se ha llenado de achaques, prejuicios, casi alzheimers, y viruelas. Fue un bravo luchador antifranquista, con la pluma y el ingenio. La Torna le costó la cárcel y un consejo de guerra del que se libró in extremis, al fugarse a Francia. Su talón de Aquiles fueron siempre los toros, de los que se confiesa un fervoroso seguidor. Dijo que “a lo largo de mi vida he gozado de las mejores expresiones del arte, música, danza, ópera y teatro, pero nada es comparable al ritual taurino”. Ahora le veo interpretando el burlesco papel de presidente en el exilio de Tabarnia, movimiento antiindependentista, que desea separar a Tarragona y Barcelona de la Catalunya independentista. Estos días ha escrito el libreto de la ópera El pintor con el que quiere desmitificar la obra de Picasso. Asegura que el artista malagueño fue un “destructor de la pintura”, y reduce el Guernica al “primer grafiti de la historia”. Es una pena que sus ojos no lo puedan ver como “la obra icono del siglo XX”, tal como lo calificó un informe del Museo Reina Sofía.
