Hay imágenes de la posverdad que no puedo dejar de señalar. Me apoyo en las recientes obras de dos novelistas y de tres científicos sociales. Comienzo el recorrido por las novelas Offshore, de Petros Markaris, y Recursos inhumanos, de Pierre Lemaitre. Ambas describen el sentido radical que adoptan las consecuencias de la crisis en sociedades y personas desbordadas por las condiciones del mundo en el que ya no se reconocen. En la primera, el telón de fondo donde se mueve el comisario Kostas Jaritos es la Grecia en crisis de la poscrisis de 2016 y el juego de empresas transnacionales que han aterrizado en ese escenario, que están y actúan para no ser vistas y desde la “clandestinidad” de la intransparencia gobiernan la realidad material de los individuos que sobreviven en la sociedad que no comprenden y cuyas reglas de juego no saben cuáles son. La novela de Lemaitre indaga el lado más humano del sujeto que pierde el trabajo, cuya ausencia cuestiona la identidad, y a quien su nuevo papel en el mundo le somete a condiciones de degradación personal en las que la radicalización de las consecuencias de cómo vivir aparecen ante él como una película que no sabe interpretar y cuyo guión no está a su alcance.
Los retratos de la trastienda y los escaparates del nuevo mundo no aparcan sólo en los escenarios de la literatura. Las sociedades desbordadas, atravesadas de posverdad, se presentan a través, por citar ejemplos relevantes, de tres autores recientemente fallecidos. El primero es Ulrich Beck. La metamorfosis del Mundo es el título del “libro inacabado”, como bien se indica en el prólogo de la obra. En el prefacio, el autor dice lo siguiente: “el mundo está desquiciado. Tal y como lo ven muchas personas, esto es cierto en ambos sentidos de la palabra: el mundo está desencajado y se ha vuelto loco. Vagamos confusos y sin rumbo, argumentando razones a favor de esto y en contra de aquello. Pero una afirmación en la que la mayoría de la gente coincide, más allá de cualquier antagonismo, y en todos los continentes, es la siguiente: Ya no comprendo el mundo. El objetivo de este libro es intentar comprender y explicar por qué ya no entendemos el mundo”. La idea de metamorfosis atraviesa el análisis, significa -tal y como se expresa en el libro- “que lo que era imposible ayer es real y posible hoy”.
El libro póstumo de Z. Bauman se titula Retrotopía. El viaje que el sociólogo polaco propone conduce por autopistas congestionadas e incomprendidas. La mirada radical y desconsolada de Z. Bauman nos coge de la mano e invita a dar varios paseos por diferentes caminos y veredas, primero por los alrededores del Estado (las páginas de ¿La vuelta a Hobbes? no pueden dejar a nadie indiferente, lo mismo que las que dedica al análisis del Regreso a las Tribus). Los capítulos son párrafos que deben leer las almas atribuladas que se agarran al sentido de pertenencia como si se tratase de un salvavidas de emergencia. En el espacio reservado al regreso a la desigualdad desvela, al igual que en el titulado De vuelta al seno materno, que entre el carácter estructural del tiempo que impide ser y el sentido del yo está la interconexión que se desvela cuando se vive. El epílogo es conclusivo: “Así que aquí estamos: moradores de una era de alteraciones y discrepancias, algo así como una época en la que todo (o casi todo) puede pasar, pero en la que nada (o casi nada) puede emprenderse con un mínimo de certeza de que se llevará a cabo; una era de causas en busca de efectos, y de efectos en busca de causas que muestran un grado de efectividad mínimo y en constante descenso; una era dotada de medios aparentemente contrastados que derrochan (o ven diezmada) su utilidad a pasos acelerados, mientras la búsqueda de sustitutos para ellos rara vez consigue ir más allá de la mesa de diseños”.
La consecuencia -con sus palabras- es que “hay una creciente brecha abierta entre lo que hay que hacer y lo que puede hacerse; entre lo que importa de verdad y lo que cuenta para quienes hacen y deshacen; entre lo que ocurre y lo deseable; entre la magnitud de los problemas a los que se enfrenta la humanidad y el alcance y la capacidad de las herramientas disponibles para gestionarlos”. La despedida del libro es clarificadora: “los habitantes humanos de la Tierra nos encontramos (más que nunca antes en la historia) en una situación de verdadera disyuntiva: o unimos nuestras manos, o nos unimos a la comitiva fúnebre de nuestro propio entierro en una misma y colosal fosa común”.
El tercer texto al que me acerco es del sociólogo inglés John Urry. Se titula, curiosamente, como la novela de Petros Markaris, Offshore. La deslocalización de la riqueza. Analiza las consecuencias de la deslocalización en nuestras vidas. Dice lo siguiente: “su aparición y sedimentación está cambiando los contornos de las sociedades contemporáneas, reformando las pautas del poder, socavando la forma de concebir la responsabilidad, amenazando las condiciones en que se desarrolla la democracia y transformando cómo se ‘energizan’ las sociedades. La deslocalización está alumbrando misteriosos conjuntos de relaciones que afectan a los entornos laborales y financieros, al placer, la gestión de residuos, la energía y la seguridad”.
La conexión de la literatura con la ciencia social se encuentran con sociedades desbordadas, desconocidas por los efectos que producen, algunos queridos, otros indeseados. El resultado es el desorden, su novedad es que los datos no son productos de ajustes que se rechazan. Se hace como los viejos contrabandistas, se acude aquí y allá para recoger de cada lugar lo que parece mejor. Es el final de la ortodoxia, las ideas que triunfan valen no porque sean correctas sino porque están de moda, se repiten, aunque nadie pregunte qué hacen allí, por qué están, para qué? Es el triunfo de la tautología de “es así porque es así” y, por supuesto, nadie verifica si “es así” tiene compromisos empíricos, éticos o se acerca a la mejor versión del vivir. El poder de las formas, las habilidades sociales, saber estar, estar al día? cubre el espacio como si las formas fuesen los contenidos. Éstas dirán que hay que reprimirse, no perjudicarse con opiniones contraproducentes, respetar los grupos de interés, querer a los lobbys -figurar en alguno de ellos es conveniente-, que no te juzgan por lo que hagas, casi nadie lo sabe, sino por lo que digas. El modelo a seguir dice: lo mejor es estar callado; cuando hables, sé políticamente correcto, emplea el tono de corrección, buena y tranquila entonación, no preguntes lo que no debes y di ‘algo interesante’ que no tenga interés; con formas, cuidado con el tono de voz y el lenguaje corporal. La filosofía de las sociedades desbordadas es una representación -que no se olvide- de valores políticamente correctos, intuitivamente conocidos, sólo hay que fijarse un poco en ellos, e intereses personales perseguidos con dedicación, ahínco y entrega.
Los manuales deciden que si no pueden poner puertas al campo, hay que seguir los acontecimientos, dejarse llevar, oír el ruido, no creer que los diques controlan la inundación. ¿ Lo mejor para esto? El flotador de corcho o el polímero consistente. Se te admira por lo bien que flotas, no por el manejo de las herramientas de la ingeniería de construcción. Se premian diseños ligeros adecuados a cada causa, que emiten una promesa: hay flotadores para cada circunstancia y en cada esquina.
Se celebra el sepelio de valores fuertes, los mercados abiertos, los productos de moda, hoy vale, ¿mañana?... Si se marchitan, otros esperan. Lo relevante es saber dónde están los grupos que los producen y el orden del flujo. Después, a circular; mirar aunque no se vea pero asegurarse de que te ven, decir aunque no te oigan, estar sin molestar. Las sociedades desbordadas no quieren diques sino que circules, sigas el orden que debe ser y las dejes a su aire. Todo puede explicarse. Esto es, que no se olvide, la posverdad, es decir, mentir sin saber que lo haces ,y si lo sabes no pasa nada, acostumbrado a no diferenciar la verdad, el compromiso, la responsabilidad de las mentiras y la simulación.