Dicen que el aplauso lo idearon los chimpancés, pero lo popularizaron y perfeccionaron los romanos. Ellos inventaron el imbrex, los aplausos con las manos huecas, y los testa, con las manos planas. Además crearon los plausores, personas contratadas para animar con sus palmas los actos públicos. Una especie de plañideras, pero al revés. En 1820 apareció el claqué en Francia, grupo de individuos que se sentaban entre el público en los teatros o en la ópera para aplaudir y jalear a los actores. También son conocidos los rieurs y los bisseurs, que reclaman bis o repetición de alguna canción o poema que había gustado especialmente. Los aplausos en política, al principio seguían pautas de espontaneidad, para subrayar pasajes especialmente brillantes del orador, pero muy pronto se transformaron en fórmulas cansinas, impuestas y repetitivas. Es una obligación, que forma parte de la nómina, de la pertenencia a un determinado grupo parlamentario. Aplaudir a tu líder, diga lo que diga, y abuchear al rival, haga lo que haga. Forma parte de una liturgia cortesana, no escrita ni confesable.

Ayer, los diputados de la Candidatura d’Unitat Popular (CUP) sorprendieron a todo el Parlament de Catalunya con una ovación cerrada a Xavier García Albiol tras su intervención en el debate de investidura. El representante del Partido Popular hizo un discurso duro en contra del sector independentista. “El nuevo modelo de Catalunya, dijo, no puede estar pactado con un partido estrafalario como la CUP”. Cuando se disponía a abandonar la tribuna de oradores, Antonio Baños, Anna Gabriel, Benet Salellas y el resto de plausores de la CUP se pusieron en pie y aplaudieron calurosamente durante diez segundos, consiguiendo pasmar al propio García Albiol que miró confundido a su grupo parlamentario. Ya se sabe, que el humor a veces lo carga el diablo y lo llena de ironía. Un nuevo episodio entre dos fuerzas políticas claramente antagónicas.