Las elecciones británicas plantean incertidumbres sobre el futuro de la unión y el horizonte social. Y la consolidación del fin del bipartidismo de setenta años parece algo más que evidente.
Decía Clement Attlee, uno de los gobernantes y Primer Ministro (1945-1951) más querido por sus compatriotas, que los británicos tienen la habilidad de llenar las viejas botellas con vino nuevo, sin que se les desborde el liquido. No es solo una frase ingeniosa. Resume con precisión la actitud de los ciudadanos de este país. Mudan sus viejos equipajes, los mejoran, se reinventan y, a pesar de las inclemencias que agitan la existencia de las viejas naciones, miran hacía adelante con las características que les han definido durante siglos: terquedad, empuje y pragmatismo. Ahora, después de muchos años, la política británica se encuentra con la opción de llenar las viejas botellas con vino nuevo.
Fui lector en la universidad escocesa de St. Andrews a mediados de los 80. El movimiento independentista escocés no tenía apenas presencia social, ni política. Los escoceses no necesitaban esforzarse para mantener sus costumbres. Cuando la selección inglesa de fútbol jugaba contra otro equipo nacional, algunos escoceses compraban la camiseta de estos últimos. Eso era todo, pero algo cambió. Las políticas neoliberales de Margaret Thatcher, aplicadas sobre los mineros y trabajadores portuarios en Escocia, dieron comienzo a un progresivo alejamiento de Inglaterra. Un sentimiento de abierta hostilidad hacia Londres, considerada como el altar del capitalismo más despiadado, se extendió por la geografía social escocesa. Por si todo esto no bastara, los conservadores en Escocia eran siempre un grupo minoritario sin apenas representación política y que parecía hablar una lengua diferente a la de la calle.
Los nacionalistas escoceses han sabido aprovechar el momento político. Nicola Sturgeon ha sucedido a Alex Salmond en la jefatura del Scottish National Party (Partido Nacional Escocés). Pragmática y buena comunicadora, ganó con diferencia el debate televisado de la BBC al representante laborista, Ed Millband. David Cameron no quiso estar presente en el popular programa. “¿Teme a Sturgeon?” fue la pregunta que se hicieron decenas de miles de telespectadores.
Nicola Sturgeon no renuncia a la independencia de Escocia, pero ha declarado que esta no es la prioridad de la legislatura que se abre ahora. Sturgeon ha apostado por abandonar el costoso programa de renovación de los submarinos nucleares Trident, situado a 15 kilómetros al norte de Glasgow. También es partidaria de gravar las viviendas más caras y los bonus exagerados de los banqueros. Los escoceses le aplauden con ganas y piensan que les dará un buen mordisco político a los laboristas, hasta ahora ganadores en Escocia.
Es de sobra conocida la incomodidad, cuando no hostilidad, con la que los políticos británicos ven a la UE. A menudo se han opuesto a los intentos de profundizar en la integración. Este divorcio es compartido por una gran parte de la población. Durante décadas, los Estados Unidos de América han sido el aliado natural con el que comparten lengua, origen e historia. Todo esto les ha llevado a mantener una relación privilegiada. Ahora, la situación ha cambiado. EE.UU. necesita de una Unión Europea fuerte y consolidada para hacer frente a las amenazas del Este y ha advertido a Londres de que su salida de la UE puede poner en peligro su “especial relación”.
Recorro con frecuencia las carreteras del sur de Inglaterra. Ha habido un cambio en el paisaje: las banderas blancas con la cruz roja de San Jorge, patrón del país, coronan los tejados de las casas cada vez con más frecuencia. Las reivindicaciones escocesas y, en menor medida, del País de Gales han hecho de catalizador del sentimiento inglés en estos últimos años.
Muchos ciudadanos ingleses consideran a galeses, escoceses e irlandeses del norte como vecinos dependientes económicamente, y poco agradecidos. Algunos ya hablan claramente de establecer un parlamento exclusivo para Inglaterra ¿Habrá un quinto parlamento en el Reino Unido? La pregunta se la han empezado a hacer los ingleses a sí mismos.
El Reino Unido aparece dividido no sólo por encajes territoriales, sino por su distribución social. El 1% de los más ricos posee el 15% del total de la riqueza del país. Si este último porcentaje bajase al 5%, los pobres podrían doblar su renta anual. Muchos acusan al actual Gobierno de Cameron de impulsar los sueños tecnológicos más delirantes al tiempo que no desea mantener los servicios públicos más necesarios. El paro desciende, pero los salarios son todavía enormemente desiguales.
El Reino Unido tiene un abultado déficit fiscal, que supone un 5,7% de su Producto Interior Bruto, y exigirá medidas de austeridad al partido o coalición que gobierne. Es la patata caliente que no todos quieren agarrar de la misma manera. Muchas son las incertidumbre que afrontan los ciudadanos del Reino Unido en estas elecciones, pero hay un punto que parece claro: los votantes creen que ha llegado el momento de poner fin a la hegemonía bipartidista de los últimos setenta años. El cambio ha llegado.
Nicola Sturgeon no renuncia a la independencia de Escocia, pero ha declarado que esta no es la prioridad de la legislatura que se abre ahora
Muchos ciudadanos ingleses consideran a galeses, escoceses e irlandeses del norte, vecinos dependientes y poco agradecidos