a quién no le ha ocurrido, sentarse en la terraza de un bar y aguardar con cierta paciencia al camarero, hasta que irrumpe un tipo de ceñudo, con la libreta pegada a sus narices, destilando un desprecio hacia la clientela que exige agarrarse bien fuerte a la silla para no salir corriendo. Me ocurrió el sábado, y no me acostumbro. No digo ya falta de profesionalidad, el problema es que rascas en la mollera de estas personas sin encontrar la más mínima dosis de educación y empatía. La velada era perfecta, en torno a una mesa con buenos amigos en un bar de Amara Viejo: intercambio de anécdotas, una temperatura estupenda y? de repente, zas, todo parece eclipsarse a cuenta del susodicho. Seco, borde, maestro en el arte del escapismo al pedirle la consumición... Vamos, un figura de la hostelería que nos acabó incomodando, y pasó a monopolizar nuestra conversación. El trabajo en el sector no es fácil, nunca lo es de cara al público, pero tampoco se pide la luna, simplemente un trato correcto con personas que van a gastarse un dinero que no les sobra precisamente. El sector, en ocasiones tan dado al lamento, quizá debería mirar de puertas adentro porque no es de recibo que el cliente lo ponga todo de su parte mientras el camarero toma las de Villadiego.