Cartas a la Dirección

las fiestas reivindicativas que anualmente se celebran en el mundo civilizado para celebrar los avances en derechos civiles de la comunidad LGTBI no tienen cabida en Rusia. La represión homófoba alentada y patrocinada desde el Estado es otra vuelta de tuerca más en la carrera que iniciara el emperador por la consecución de Rusia, hablamos de la autocracia neobizantina que ya no precisa de máscaras pseudodemocráticas. No es este el espacio -habrá muchos- para analizar pormenorizadamente el tinglado social, económico y político en las Rusias. Por fechas y acontecimientos, toca hablar de la penosa y lacerante situación del colectivo gay en el gran país eslavo. En el caso ruso, no cabe la menor duda del papel demencial desempeñado por esa santa compañía que conforman el Kremlin y la renacida e hipersubvencionada Iglesia ortodoxa. De no ser por su temible y siniestra doctrina, esa pócima maloliente entre la dantesca herencia de las dos ortodoxias represoras, la comunista y la religiosa rusa -bueno, dos iglesias al fin y a la postre-, todo parecería de lo más kitsch. Putin quiere una sociedad uniformada, ultranacionalista y engarzada en sólidos pilares. Pero no son estos ni la libertad, ni la igualdad ni la fraternidad. Son los otros pilares tradicionales en los que se sustenta la autocracia rusa.

San Petersburgo, desde el zarismo, siempre se significó, más allá de su incuestionable belleza, por ser vanguardia del arte y el pensamiento en todas sus manifestaciones. Una de las capitales culturales de Europa por excelencia. Resulta doloroso cómo estos días, tras la visita de Frau Merkel, no lejos de la Perspectiva Nevsky, esa emblemática avenida que melancólicamente sonaba en Battiato -y donde paradójicamente hablara de los amores entre Diághilev y Nijinsky- fuera escenario de la barbarie. La violenta represión de un grupo de activistas por los derechos de las minorías sexuales a manos de la Policía y grupos ultras. Las imágenes hablan por sí solas. Fiel reflejo de la Rusia que el régimen quiere imponer con la ley y la cruz. Pese al empeño del zar Vladimir y su intercambiable Zarevitch Dmitri por mostrar al mundo una imagen de una Rusia fuerte, imperial y respetada, ofrecen una imagen bien distinta y que no oculta las terribles carencias de la nación Potemkin. En su afán por emular la Rusia imperial con ingredientes soviéticos, no hace otra cosa que desnudar al zar que quiere parecer Romanov -una suerte de Alejandro III-, pero en el espejo se refleja lo peor de los Riúrik.

Desde este otro extremo de Europa, solidaridad y apoyo en la lucha de esos héroes que nos demuestran que, hasta bajo las más penosas condiciones, no se rinden. Y no olvidemos que situaciones similares se vivían hace años en Croacia, país que se estrena como miembro de la UE o en Lituania, y que otras las tenemos dentro. En fin, en muchas naciones que son o fueron parte del imperio ruso-soviético. Llegará un día, ciudadanos, en que en el Campo de Marte de la bella Píter el arcoíris no derrame sangre. Lucirá en las noches blancas como le hubiese gustado al autor de Cascanueces.

Nicolás de Miguel