Recuerdo con añoranza, por la cuenta que me trae, los tiempos en los que la gente esperaba a que se librara el periódico en los bares para echarle un ojo, incluso para hacer los crucigramas. Sí, es cierto que los diarios que estaban en los establecimientos hosteleros se rifaban y quienes allí los leían no los compraban. Pero es que ahora, ni eso. Si alguien espera para coger el periódico mientras se toma un café o un zurito, tengan ustedes seguro que no andará lejos de los 60, o ya los cumplió hace tiempo. Las cosas han cambiado, claro, y nuestro trabajo se lee en la web. No me parece mal, es normal. El problema sigue siendo el mismo, que quienes nos leen en Internet los 25 años los cumplieron hace más de 20. Y eso sí que un problema, y de los gordos. No solo porque puedan peligrar nuestros salarios, que también, sino porque acaba calando una marea de desinformación preocupante. De mis meteduras de pata, que espero cometer pocas, me responsabilizo yo, que por eso firmo. Pero, ¿qué pasa con las mentiras que pueblan las redes de autor desconocido? El peligro es grande. De ahí queda a nada, a un pasito, dar el salto a la política del miedo que está haciendo que nuestra sociedad sea peor, más pobre. El debate ha sido sustituido por el mensaje de la pelea barriobajera. No me vale. ¿A ustedes?