La OTAN y CAF están más cerca de lo que a botepronto pudiéramos pensar. La Alianza ha aprobado sin rechistar la exigencia de Donald Trump de que cada país destine el 5% de su presupuesto a asuntos de defensa. Y la capacidad de decisión de cada país, ya tal.
Al mismo tiempo y no lejos de La Haya, en Bruselas el consejo de administración de la sociedad pública ferroviaria belga se resiste a confirmar su elección, avalada por informes independientes. CAF espera a que acabe este bloqueo que generan unos políticos que quieren esquivar la normativa de la UE y las reglas de un proceso de adjudicación que ellos mismos habían aprobado. Son formas de gobernar el mundo que evidencian que las leyes importan depende cuándo, dónde y para quién.
En La Haya de la OTAN y en la Bruselas de la UE ocurre lo descrito cuando llevamos años de reflexión inaplicada sobre la gobernanza, esa que salta por los aires en cuanto termina la mesa redonda sobre la cuestión y el líder de turno vuelve a su despacho. O asiste a una cumbre de la OTAN o a un consejo de administración como el ferroviario.
Como para pedirle al currito de a pie que le tenga fe a las normas colectivas, a la UE y a la gobernanza colaborativa, cuando todo se resume en que el que más chifle, como Trump, capador. En La Haya y en el hoyo.