Estos días me he dado un buen atracón de entrevistas realizadas durante los últimos años al expresidente uruguayo José Pepe Mujica. Se apaga una voz necesaria. Es conocido el cáncer de esófago que padece este hombre humilde y sabio, que cierra un extraordinario ciclo político, de guerrillero a prisionero torturado, de legislador y ministro, a presidente de su país. Un tumor se ha extendido a su hígado, ante el cual no está dispuesto a seguir más tratamientos. “Hasta acá llegué”, dice el agricultor, de 89 años. Es la despedida de un guerrero que se ha ganado a pulso su derecho al descanso, y que va emprendiendo la retirada hacia un lugar de donde no se vuelve. Un hombre que, entre otras verdades, alerta al mundo de que la vida no puede convertirse en un empacho consumista. Él, como buen estoico, defiende que una vez satisfechas las necesidades básicas –comida, techo y poco más–, el resto sobra, porque al fin y al cabo el deseo de acaparar más y más esclaviza, y para disfrutar de la vida hace ser un alma libre. Hace ya años que asombró al mundo con sus discursos anticonsumo, y sigue haciendo gala de una vida austera, que quiere seguir conservando como oro en paño hasta sus últimos días. La despedida de quien siempre tuvo el valor de nadar a contracorriente.