Uno de los efectos más perniciosos del crack económico de 2008 fue la crisis que provocó en la confianza como un valor vinculado a la seguridad y la honestidad en las relaciones entre la ciudadanía y las organizaciones. La gente se sintió engañada y estafada por instituciones que consideraba serias y creíbles y se dio cuenta que el escepticismo es una actitud más recomendable cuando lo que está en juego es el bolsillo. Para evitar que algo así pueda llegar a ocurrirle a Osakidetza, esta semana se ha puesto en marcha el llamado Pacto Vasco de Salud con el objetivo de reparar el deterioro que ha sufrido estos últimos años, agravado sin duda por la insospechada pandemia. Se trata de que la gente restaure plenamente la confianza de antaño en un sistema que llegó a considerarse la joya de la corona del autogobierno vasco. El compromiso y la voluntad de todos los implicados en esta misión parece clara y el balance del primer encuentro permite albergar esperanzas de que así se hará. No solo está en juego el derecho fundamental a la salud de los ciudadanos desde parámetros de calidad; también la confianza hacia el propio autogobierno, mucho más en estos tiempos en los que eso que se denomina como ‘las cosas de comer’ se ha convertido en el calibre que mide la construcción nacional. Teniendo en cuenta la dimensión del buque Osakidetza, el esfuerzo va a requerir calma para dar tiempo a efectuar la maniobra, responsabilidad para contribuir a ella y mesura en el análisis, que no estamos ante un Titanic que se hunde.