Decía el otro día la vicepresidenta del Gobierno español, María Jesús Montero, que quienes cobran el salario mínimo interprofesional (1.134 euros por 14 pagas, esto es 15.876 euros anuales) y también los pensionistas (incluidas aquellas, sobre todo mujeres, que piden que la mínima sea de 1.080 euros) forman parte de la clase media. Aunque el salario medio esté en realidad en España en los 2.206 euros mensuales (2.308 euros en Euskadi) y aunque haya ya bancos que te piden un salario mínimo de 2.500 euros para beneficiarte de las ventajas de su cuenta nómina. Así que no, me temo que cobrar el salario mínimo no es formar parte de la clase media, si acaso de clase baja. Para llegar a ser clase media, esa que algunos tanto están ensanchando hacia abajo, me temo que habría que alcanzar el salario medio. Ya sé que la palabra pobre queda fea y la hemos desterrado de nuestro vocabulario como tantas otras, pero pese al meritorio esfuerzo del Gobierno Sánchez por subir el salario mínimo (lejos aún de los 1.766 euros de la vecina Francia), quien lo cobra no es clase media porque sus ingresos deben permitir una vida “desahogada en mayor o menos medida”, dice la RAE y no andar escatimando en una botella de aceite de oliva (y bienvenida sea la rebaja del IVA). Pero, cuidado, porque si no llamamos a las cosas por su nombre, corremos el riego de que el diagnóstico sea erróneo, y sin un buen diagnóstico...