Ni más ni menos que a cuatro ovejas, me imagino que a las más listas del rebaño, han inscrito en un centro escolar de la región de Lorena, en Francia, para llegar al mínimo de 98 alumnos y alumnas que establece el Gobierno galo para mantener abierto un colegio. Las han inscrito, como debe de ser, con nombre y apellidos, todos bastante curiosos, y figurando su fecha de nacimiento. Lo que desconozco es si todas han sido matriculadas en el mismo curso, si acudirán a clases de refuerzo o cómo se les darán las manualidades.
La cosa es que las madres y padres del centro escolar en cuestión han querido, de este modo, dar “una respuesta absurda a una ley absurda”, que no lograron modificar a través de movilizaciones. Aunque el alumnado las recibió con carteles de bienvenida, quizá las pobres ovejas pasaron un pelín de vergüenza, no sabemos qué nivel de asistencia lograrán acreditar.
Dejando a un lado la gracia de la historia, lo cierto es que situaciones como ésta dan mucho que pensar. Nacen pocas niñas y niños, pero no parece muy lógico que los 94 que están inscritos en dicho centro escolar tengan que desplazarse para poder acudir a clase. Después llegan los lamentos por la existencia de cada vez más pueblos vacíos. Es que cuando no se pone, se quita.