El Eustat publicará pronto los datos de agosto sobre la llegada de turistas a Euskadi. Siguendo la tendencia de los últimos años, solo rota por la pandemia, todo indica que volverá a rondar cifras récord. El de la explosión del turismo es un fenómeno general, con ejemplos sorprendentes como el de Albania, que se ha puesto de moda contra toda lógica, al menos para los que guardamos en la memoria su reciente pasado. Su impacto ni es el mismo en todas partes ni es percibido de la misma manera. Hay destinos fatigados y sobrepasados, mientras otros acaban de descubrirlo y lo abrazan como el nuevo maná. Pero las noticias que hablan de ponerle freno se suceden en cascada desde lugares tan dispares como Nueva York, que ha prohibido el alquiler de viviendas para estancias de menos de un mes; Venecia, que piensa en cobrar una tasa a los visitantes que no pernoctan; o Hallstatt, un pueblo austriaco que está pensando en apropiarse de la idea de la ciudad de los canales para no ser engullida por los visitantes. En Donostia, se ha dado a conocer esta semana la modificación del plan general para controlar la proliferación de hoteles. En una entrevista publicada por La Vanguardia, el escritor Jorge Dioni, que ha analizado el fenómeno, constata que “el turista tiene una disponibilidad de gasto superior y acaba definiendo la ciudad según su interés”. La heladería Oiartzun ha anunciado que cierra por no poder afrontar al alquiler que le cobra la promotora del inmueble, que podría acoger pisos de lujo. Y hay rumores de que una conocida churrería puede pasar pronto a la memoria. Pues eso.