Hay gente que vive feliz sin pareja, picando aquí y allá en eso que ahora se llama poliamor o, simplemente, sin las mieles de la compañía. Los de edad madura, con excepciones, aceptan bien la soltería, pero al joven se le hace más cuesta arriba. Las aplicaciones para ligar son un ejemplo de que el humano necesita enamorarse, algo más difícil de conseguir que el simple revolcón. Las celestinas perviven hoy en muchas culturas. Entre nosotros, ni siquiera está bien visto traer a una amiga soltera a esa cena a la que está también ese otro invitado que busca pareja. Todo tiene que fluir y ya está. Pero la realidad es que no siempre fluye y algunas personas no dan con quien alegre su corazón. Los judíos ortodoxos recurren a celestinas y los aspirantes quedan en hoteles para charlar y conocerse antes de seguir adelante o dejar el intento de buscar esposo o esposa con el fin último de engendrar muchos hijos. En India también perviven las casamenteras y las parejas acordadas son aún hoy una realidad. Es rancio y antiguo, sí, pero a algunos les podría funcionar mejor la ayuda de una celestina que la tradicional investigación etílica en bares, que es lo que se estila cuando el destino no nos trae a nadie. Personalmente, me fiaría más de una humana experta que de un algoritmo o un consejo de inteligencia artificial.