Leo que cuatro clínicas privadas vascas han sido obligadas a ofrecer un teléfono gratuito tras las denuncias de la asociación de consumidores Facua. Bien está que pongan un teléfono gratuito. Pero me pregunto si al otro lado de la línea atenderá una persona o será una máquina que ordena pulse uno, pulse dos... y así hasta que vemos que la pregunta que teníamos no entra en ninguna categoría y ya no sabemos qué hacer. Pido a Facua, que parece tener mano en ciertas cuestiones, que reclame que sean personas las que cojan el teléfono. Igual se recuperan algunos puestos de trabajo y, de paso, dejamos de sentirnos ninguneados. En mi caso, si el teléfono de cualquier entidad es gratis pero me sale un robot, prefiero pagar. Escuchar, explicar y dirigir es un arte de muchos telefonistas y cuando nos toca alguno al otro lado de la línea sentimos un alivio, casi una euforia, como cuando encontramos sitio para aparcar tras intentarlo en vano durante tiempo. Y lo relatamos con asombro. “Pues sí, oye, me cogió una chica del banco tal y me dijo que tenía que llamar a este número y decirles tal y tal. Y enseguida lo solucionaron”. Todo el mundo se asombra y empieza la retahíla de casos sobre la mala atención al público generalizada. A este paso, hasta el Teléfono de la Esperanza va a ser de Inteligencia Artificial.