LA primera y última corrida de toros del hierro de Pedraza de Yeltes fue en 2011 y resultó un éxito total. A tal nivel rayó aquella corrida que era complicado poder superarlo. Sin embargo la corrida de ayer fue incluso mejor que la de aquel año. Magníficamente presentada, con volumen de cuerpos e importancia de caras y cornamentas pero sobre todo con un comportamiento de esos que sorprende porque es el comportamiento que se espera de un toro de lidia, algo muy difícil de ver hoy en día. Toros complicados de entender, de los que piden el carné de identidad y solo dejan pasar a los valientes. Aún así, cuando estos toros encuentran valientes para hacerles frente, siempre hay un momento de desconcierto en las cuadrillas, las lidias se alargan, suenan avisos y el aficionado tiene la sensación de que todo ha sucedido en dos minutos. Hay emoción en cada toro, el tercio de varas se convierte en algo poco común, las bregas ganan interés y en la muleta puede pasar cualquier cosa. En la tarde de ayer se daban además dos circunstancias poco comunes: un ganadero, un torero y una plaza de aquí, vascos.
Los de Pedraza de Yeltes se comportaron en los caballos, derribando varios de ellos y destacando la clase con la que se emplearon el tercero, premiado con la vuelta al ruedo, el quinto y el sexto. Vendieron luego caras sus vidas en la muleta y trajeron, los que más y los que menos, por la calle de la amargura a toreros que si de algo deben presumir es de enfrentarse a corridas complicadas.
La tarde se definió entre la estética de David Mora con el magnífico tercero o la épica de Fandiño con el complicado y peligroso quinto. Dos tipos de tauromaquias para dos tipos de toros. Mora quiso sacar verónicas bonitas y ajustadas de las quijadas de sus caderas pero así se confió en ellas, sufrió un tropezón importante. Con la muleta consiguió ligar tandas de calidad en las dos manos. Ligó el toreo a base de dejar la muleta puesta en la cara del animal, que no viera más que trapo, correr la mano y tragar. Hubo belleza en las dos manos y gusto en la última serie de muletazos en los medios. Cortó una oreja merecida en este toro.
Lo de Fandiño fue faena de las de aquí estoy yo. No había tenido suerte en el primero que resultó muy complicado y salió a dar la medida del torero que es en el quinto de la tarde. Valor. Un toro de preciosas hechuras, armónico, bonito pero con mala leche. Fandiño también se sacó las verónicas de la cadera antes de enfrentarse cara a cara con él con la muleta. El toro tenía querencia a toriles y en el tercio pesaba mucho. Había que buscar un terreno más adecuado. El animal se arrancaba con violencia al toque de la muñeca del torero. Hubo series de torero fajado y una de gran calidad en la mano izquierda aunque aquello se traducía más en pelea que en toreo. Fandiño supo elegir terrenos cuando pudo pero las cosas irremediablemente terminaron en los del toro. Molinetes apretados para rematar la faena y el corazón en un puño cuando sonaban los avisos presagiando mal augurio. Sudó tinta el de Orduña pero recibió una gran ovación de un público que sabe apreciar el toreo cuando lo ven y sobre todo cuando surge ante un toro que exige tanto.
También se le agradeció la labor a el Cid, la gran figura de la tarde. Pero fue un agradecimiento incomprensible. En sus dos lidias se vio falto de ideas, atropellado, descolocado y en alguna ocasión desbordado. Con lo que este torero fue con las corridas duras. Unos años con el toro comercial y del Cid ya sólo queda el recuerdo