zarautz. Con catorce años servía txikitos en el bar Mondragonés de Zarautz. "¡No se me veía en el mostrador!", recuerda entre risas. Señala que siempre ha tenido empatía para ponerse en el lugar del cliente, con el objetivo de dejarlo contento y recibir esa satisfacción. Pero Arantxa Aizpurua es "muy exigente" consigo misma y admite que desde que se jubiló vive mucho más tranquila. Ha recibido con "sorpresa e ilusión" el homenaje por parte de sus compañeros de profesión.
El sábado le homenajearon en la tercera edición del Sagardo Eguna de Zarautz. ¿Cómo se sintió?
Fue una gran sorpresa. No me lo imaginaba. "¿A mí?", me dije. Pero cuando lo vi en el periódico... el viernes por la noche me dolía el estómago de los nervios. Tras el sábado, aún no me lo creo. Estoy muy agradecida. Me entregaron una escultura pequeña de un toldo de la playa y los de Motxian Bertso Eskola me cantaron unos bertsos muy emocionantes. Luego hicimos una comida familiar. Además, colaboramos con la carnicería preparando pintxos de chuleta y se vendieron todos.
Empezó a trabajar desde muy joven...
Sí. Soy de Zumaia, pero vine a Zarautz con solo once años para cuidar a mis primos. Luego empecé a trabajar en el mostrador del bar Mondragonés de Musika plaza sirviendo txikitos. Pertenecía a mi tía. Entonces las barras tenían mucha altura y ¡no se me veía! (risas). Pero allí, con catorce años empecé a tratar con los vecinos. Solía tener clases particulares, pero nunca he sido buena en la escuela y me costaba retener. ¡La tabla del siete la aprendí con los txikitos, que valían 70 céntimos! ¡Eso no se me olvida! (risas).
¿Cómo recuerda esa época?
Todo era completamente distinto. Los clientes dejaban más propina de lo que gastaban. Se estilaba mucho empezar a txikitear y luego pasarse al café torero. Así, los hombres comían un pintxo o un bocadillo y luego tomaban el café completo: café, copa y puro. Ahora es totalmente diferente, está desapareciendo el txikiteo. Además, antes las mujeres teníamos que estar en casa y solo alternaban los hombres, algo que siempre he criticado.
Conocería a todos los vecinos...
Sí, y hay gente, sobre todo mayor, que me recuerda por mi estancia en el Mondragonés. Allí también conocí a mi marido, José Cruz Gesalaga, con quince años. Era una mocosa, pero siempre he aparentado más de lo que tenía. ¡Además, yo quería que fuera así, para que me dejaran salir con el chico! (risas). Con 20 años recién cumplidos me casé y en seguida tuve cuatro hijos.
Y, ¿cómo surgió la idea de abrir una carnicería?
Cuando mis hijos tenían entre once y quince años empecé a hacer callos con mi tía Carmen. Enseguida comenzamos a vender para toda Gipuzkoa. Los metíamos en los moldes de plástico de jamón de york. Así, a mi marido se le ocurrió montar la carnicería.
Y surgió el famosa establecimiento Otzarreta.
Sí, y luego todos los hijos han trabajado muy duro en él y tienen el oficio de carnicero. Un año después, hace 30 años, abrimos el restaurante Lagunak. Fue uno de los primeros asadores de Zarautz, junto con Telesforo. De hecho, Begoña (propietaria del Telesforo) y yo siempre nos hemos llevado muy bien y la admiro mucho. Es un ejemplo a seguir. Mi hija Gurutze vino a trabajar conmigo al restaurante y hoy en día lleva la gerencia. Diez años más tarde abrimos la pensión Lagunak.
Los dos negocios funcionan de maravilla. ¿Siempre ha sido así?
Quería darle vida al establecimiento también entre semana y cuando empezamos a poner menú del día en Lagunak comenzamos a trabajar muy bien, tanto en la carnicería como aquí. Tengo mucho que agradecer al pueblo de Zarautz, porque me ha respondido siempre muy bien. Hace 25 años fuimos el primer restaurante en ofrecer pescado con patata panadera. Lo vi en un viaje a Italia y me pareció un buen complemento. Los clientes de cachondeo me decían al principio que las ponía para llenarles más. Siempre me ha gustado innovar y también empecé a hacer pimientos rellenos de chipirón y los chipirones a la plancha.
¿Dónde está la clave del éxito?
Si somos lo que somos, es porque todos mis hijos han colaborado en el negocio y siguen haciéndolo. En estos momentos estoy supervisando el restaurante Lagunak, porque nos falta un cocinero, pero ya estoy jubilada. Contamos con un equipo de empleados muy bueno.
¿Echa de menos el trabajo?
Echo de menos relacionarme con la gente, pero ahora vivo mucho más tranquila. Me gustaba que el cliente saliera a gusto, porque sentía una satisfacción muy grande. Como cuando invitas a cenar en casa a unos amigos y salen contentos. Pero soy muy exigente conmigo misma y cuando no me quedaba a gusto en el trabajo, luego no dormía bien.